Cuando en el 2002 se estrenó 'Quiero ser como Beckham', se contempló de alguna manera como el reverso de Billy Elliot. La chica hindú que sueña con grandes tardes sobre el césped antes que con una colorista y musicalizada boda de aroma a curry. Se rebela ante la familia como el hijo del minero del norte de Inglaterra, que ama la danza por encima del boxeo. La tensión narrativa se sustenta en ambos casos en el contraste con la tradición y lo que se espera de cada uno en función del género y de las condiciones sociales.

El fútbol femenino se halla en España en un momento Billy Elliot, por definirlo de alguna manera. Le toca abrirse paso por la masculinizada tradición balompédica. Pese al auge de la última temporada, con algunos llenazos históricos, la final de la Champions del Barça y el impulso de una gran marca eléctrica, el fútbol profesional de las mujeres se enfrenta aún al escepticismo del aficionado testosterónico y su sospecha de que se trata de un boom del que se desconoce su consistencia.

El crecimiento en interés es indudable. Que crezca más dependerá de muchos factores en el competidísimo terreno del entretenimiento. De entrada aún les falta a las jugadoras un convenio colectivo. No es poco. Los medios tendremos, incuestionablemente, un papel a jugar. A diferencia de otros países, el fútbol de mujeres cuenta aquí con mucho margen a escarbar. Pero la principal responsabilidad recaerá en ellas. En su nivel competitivo, su capacidad de seducir, sus victorias. Porque las victorias, es así, generan afición. Y más en un Mundial. De momento ha adaptado las controversias del VAR, por lo visto ayer en el positivo estreno de España.

La protagonista de 'Quiero ser como Beckham' aspira a una beca universitaria en EEUU: por algo es el país puntero en esto de pegarle con el empeine a un balón. Sus estrellas son estrellas y su selección es favorita en el Mundial. Pero, quién sabe? Quizá un día se estrena aquí algo parecido a 'Quiero ser como Jenni Hermoso'. O como Lieke Martens.