La undécima Copa de Campeones ya viaja a Manacor. Rafael Nadal se la ha llevado de París en una exhibición más de autoridad al imponerse a Dominic Thiem por 6-4, 6-3 y 6-2. El tenista austriaco, llamado a heredar su trono de Roland Garros, se ha tenido que inclinar y aceptar quele queda mucho trabajo para derrocar al mejor tenista de la tierra en su castillo del Bois de Boulogne. Una pista en la que lleva 88 victorias desde 2005 y solo dos valientes Robin Soderling y Novak Djokovic) han podido con él. Este domingo 10 de junio del 2018 Nadal ha sumado el 17º Grand Slam de su carrera y, con 32 años, ha anunciado que le queda cuerda para rato.

Nadal no quería sorpresa como en otros partidos y, desde el primer punto en juego, ha puesto la máxima presión. En cinco minutos tenía el 2-0 y Thiem solo había ganado un punto de seis. Su plan funcionaba, el austríaco que dijo que tenía uno "para ganar a Nadal", no parecía poder emplearlo hasta que ha conseguido salir del acoso al que le sometía el número 1 mundial manteniéndolo a 5 metros de la línea de fondo y le machacaba el revés, una y otra vez.

ESFUERZOS SOBREHUMANOS

Thiem ha conseguido salvar el 3-0 al romper el saque de Nadal e igualar el marcador (3-3). Parecía que el austríaco reaccionaba y, con esfuerzos sobrehumanos y mucho riesgo, mantenía la igualdad en el marcador hasta el momento de decidir el set. Pero todo su trabajo y se esfuerzo se han venido abajo. Con tres errores no forzados le han costado perder el saque en blanco y el primer set en 57 minutos.

El número 1 le ha obligado a jugar al límite cada bola y cuando más complicado parece que lo tiene, Nadal se saca un golpe imposible de su Babolat, con una dejada inesperada, un globo que pasa sobre la cabeza del rival sin que pueda responde o una bola que cae en la linea, a peso muerto, cuando los 15.000 espectadores que llenaban la Philippe Chatrier y el propio Thiem la veían fuera. Puntos que valen por dos o tres por la frustración y desesperación que siente el rival. La montaña, en esos momentos, se hace difícil de escalar para cualquiera que sea humano, se llame Thiem y esté entrenado en las fuerzas especiales austriacas.

LA MANO DORMIDA

Con el plan a en la papelera y el plan B fulminado por Nadal, a Thiem solo le quedaba empezar a rezar, como había dicho su entrenador Galo Blanco en la víspera de la final. "Confiar que Nadal no tenga su mejor día". Pero eso en una final y, especialmente en Roland Garros, nunca va a misa. Así Nadal se ha colocado pronto 2-0 para tomar suficiente ventaja e imponer su ley de forma implacable, aunque tuvieron que atenderle en la pista con problemas en su mano izquierda. Se le dormían los dedos. Eso no impidió que cerrara el partido en 2 horas y 42 minutos ante un Thiem al que le queda mucho trabajo para vencerle en París.