La leyenda de Rafael Nadal sigue creciendo. Este viernes, en la misma Arthur Ashe donde conquistó dos de sus 15 títulos de Grand Slam, el número 1 del mundo ha dado ante Juan Martín del Potro otra exhibición de glorioso tenis y determinada furia, una arrolladora muestra de que a sus 31 años la pasión sigue intacta y los mayores triunfos, aún más que al alcance.

Tras ceder el primer set ante el argentino, se ha despertado la máquina cuasiperfecta del tenis. Y a las 22.25 horas de la noche neoyorquina, Nadal se garantizaba su puesto en la final del domingo, su vigesimotercera en un grande, la cuarta en Nueva York y la primera en la ciudad desde que se alzó con el título en 2013.

Allí le espera el surafricano Kevin Anderson, un veterano de la raqueta pero novato en estas lides, que en la semifinal anterior ha eliminado a Pablo Carreño Busta, y al que el de Manacor, que lo conoce desde los 12 años, ha ganado en sus cuatro encuentros anteriores.

“Significa mucho estar en la final”, ha dicho un Nadal radiante en la pista. “Después de un par de años de problemas, lesiones y momentos duros estar en la final y poder luchar por otro título es muy importante. Sigo amando este deporte y teniendo pasión”, ha declarado también, palabras que encuentran su traducción no solo en el histórico décimo título logrado en Roland Garros, sino también en la final de Australia y esta neoyorquina y en partidos como los de este viernes.

Demoledor cambio de estrategia

Del Potro ha conseguido soñar con reeditar su lucha por el único Grand Slam que tiene en su palmarés, logrado en 2009, durante los 50 minutos que ha durado el primer set, en el que ha roto el servicio a Nadal en el quinto juego y ha mostrado porque su derecha es una de las más temibles del circuito. Pero en esa derrota parcial Nadal se ha dado cuenta, como ha explicado él mismo, de que la estrategia de intentar buscar el revés del argentino era quizá demasiado obvia y estaba fracasando. “Al principio del segundo set supe que tenía que cambiar, obligarle a moverse más”, ha dicho. Y es justo lo que se ha visto.

En cuanto Nadal ha alterado su táctica, lo de Del Potro ha sido prácticamente una tortura, casi dolorosa de presenciar, un esfuerzo imposible por resistir ante un tenista transformado en un rodillo demoledor. Nadal ha ganado los nueve juegos siguientes, dejando a cero el marcador en el segundo set y amenazando con hacer lo mismo en el tercero. Y ha seguido golpeando, sin un ápice de compasión, hasta alcanzar el 4-6, 6-0, 6-3 y 6-2 definitivo.