Cuando no se puede, poco hay que decir. El ciclismo actual difícilmente entiende de épica ficticia, de ataques lejanos como los que hacía por ejemplo Floyd Landis en el Tour del 2006. Tampoco sabe de subidas imposibles, como las de Lance Armstrong cuando aparecía Alpe d’Huez en el guión de la ronda francesa. Atrás han quedado también los ataques de Marco Pantani en un Giro de 1999 que perdió en un control de sangre, ni tampoco de los falsos héroes lejanos de la Vuelta, tachados después de la clasificación general. Nairo Quintana es humano, al igual que Vincenzo Nibali, Thibaut Pinot (vencedor de la penúltima etapa del Giro del centenario) y Tom Dumoulin.

Quizás el ciclista colombiano del Movistar sea el mejor del cuarteto en montaña --indiscutiblemente a como lo es el holandés en la contrarreloj--, pero en este Giro del Centenario que se decide hoy en la última etapa, no ha tenido la chispa de antaño porque su mirada está en un horizonte lejos de Milán.

Y porque llegó corto de preparación pensando en el Tour, una ronda en la que estos últimos años el ganador del Giro ha pagado los esfuerzos. Intentó en la última etapa de montaña aniquilar a un Dumoulin que encontró aliados sobresalientes para no sucumbir. Todo está en el aire.