No es un cocinero que pilota, es un piloto que cocina. Antes de quemarse con el aceite hirviendo o cortarse con el pelapatatas, se destrozó la rodilla izquierda, toda, enterita, huesos, nervios, ligamentos cruzados, lo que quieran, cuando tenía poco más de 11 años e iba para campeón de cross. Y de los buenos.

Independientemente de cómo le vaya en la aventura suramericana donde pilotará una poderosa KTM, que le ha recomendado su amigo bicampeón Nani Roma, lo cierto es que Nandu Jubany, una estrella Michelin con Can Jubany, funciona con ríos de gasolina en su cuerpo en lugar de sangre lo que, tal vez, también haya contribuido a que su pasión por los fogones sea tan explosiva y contemple todo tipo de vínculos. Desde su rincón favorito en Calldetenes hasta sus tres restaurantes en Singapur (Foc, Foc Sentosa y Pim Pam Foc), pasando por dar de comer a los 450 empleados de Massimo Dutti, en Tordera, servir cenas para 1.000 comensales o un banquete privado para dos en su casa, la de usted, pasando por albergar a huéspedes distinguidos en su coqueto Más Albereda, de Sant Julià de Vilatorta, sin olvidar las barras energéticas sabrosísimas que ha creado «harto de tomar productos energéticos incomibles tras hacer ejercicio» en su compañía Gastronomy Sport, asociado a su nutricionista Toni Solá.

Gas, uno de los tres perros de Jubany, persigue a Nandu en el ensayo de ayer. / ALEJANDRO CERESUELA

Mientras explica las razones de su tremenda y apasionada aventura («demasiado peligrosa, tal vez, para mi edad, pero no para mi motivación, mis ganas y mi duro entrenamiento»), le llaman del Mas d’Osor, al lado de Viladrau, «que ya ha llegado aquel procto», le envían un whassap de un plato creado en El Serrat del Figaró, donde está el Jubany Events, que sirve 60.000 comidas al año, le telefonea un amigo para pedir enchufe en El Convent de Blanes y hay quien le pregunta si Can Carlitos, de Formentera, aún es suyo. Y, sí, lo es.

No hay nadie en la casa, pegadita a Can Jubany. O si están, que deben estar, no aparecen. Lola, Greta y Gas, los tres perros de Nandu, han decidido instalarse, cada uno en una pose distinta (parece mentira las maneras que tienen los sabuesos de sentarse e inclinar la cabeza mientras te analizan). En el garaje hay, sí, varias máquinas de matar, de dos y cuatro ruedas. Tapado con una funda preciosa parece haber un Porsche. O igual es un Ferrari. Varias motos. Más coches. No engaña, no, este cocinero, que asegura poder disfrutar de su hobby y entretenimiento preferido «gracias a que tengo a la mujer más excepcional del mundo» (Anna Orte), cuando dice que sería el hombre más feliz del mundo (¡mentira!, ya lo es) si, el próximo 19 de enero, cuando el Dakar-2018 acabe en Córdoba, él aproveche el día de su cumpleaños (47) para descorchar cava catalán y celebrar con los suyos ser uno de los supervivientes del rally.

Hay que tener mucho coraje para llegar donde ha llegado Jubany. Mucho. Y no porque al destrozarse la rodilla de niño tuvo que recluirse en la cocina de uno de los tres restaurantes familiares, convirtiéndose a los 18 en jefe de fogones de los tres, no, sino por mantener viva la pasión por las carreras rodeado, eso sí, de amigos que le inyectan combustible por galones como Nani, Àlex Crivillé o Mia Bartolet, que, incluso, trabaja como jefe de mantenimiento en la compañía Jubany, que tiene 150 trabajadores.

Cuerpo con muchas lesiones

Porque Nandu sabe que correr el Dakar es todo un reto y un peligro enorme. Lo sabe él y lo ha sufrido su cuerpo, remendado por todas partes: muñeca izquierda reconstruida por el doctor Xavier Mir tras estrellarse en Marruecos, los dos hombros rotos corriendo en Abu Dabi para lograr la clasificación de este Dakar, las costillas protegidas con espadadrapos (aún ahora), tobillos dañados, el cuádriceps de la pierna derecha destrozado…pero él ahí sigue, machacándose, cada día, de siete de la mañana a nueve, de la mano de Jaume Palau (su entrenador), Marc Codina (su fisio) y Santi Tona (su mecánico). Y, luego, a cocinar.

Pero, olvídense, la aventura de Nandu tiene truco. Se lleva su caravana al Dakar, conducida ¡ojito! por su peixater, Llorenç Mas, que se paga los 18.000 euros que cuesta ir al Dakar para asistir a su amigo, mientras su camionero será otro colega, Xavi Pedrós. «Haremos la mejor pasta del campamento ¡se van a chupar los dedos!», bromea Llorens, que acaba de entrar en el restaurante con la más reluciente caja de gambas que he visto en mi vida. He visto pocas, sí. «Tú puedes reírte, pero quiero intentar hacerme mi comida, aunque sé que no será fácil. Solo te diré que Laia (Sanz, la campeonísima del Dakar) está esperando mis bocadillitos de jamón y llonganissa, que son los mismos ¡te lo digo yo! que, en enero pasado, convirtieron en ganador del rally al inglés San Sunderland».

Como pueden comprobar, Nandu Jubany lo hace todo en familia. Todo. Desde cocinar, hasta dirigir restaurantes, servir cáterings o correr el Dakar. «Si puedes hacer la vida más agradable a los tuyos, debes intentarlo; si puedes darles trabajo, debes intentarlo; si valen, como valen ¡y mucho!, mejor rodearte de todos los tuyos. Y, sobre todo, si hemos de trabajar, todos, 14 horas al día, hagámoslo entre risas».

Nandu Jubany se prepara para el entrenamiento de ayer, junto a su perro Gas. / ALEJANDRO CERESUELA

Nandu no duerme. Nunca apaga la luz de su mesita de noche antes de la una de la madrugada este donde este del mundo y el despertador suena a las 06.30. «No seré el piloto más veloz del Dakar, de eso estoy seguro. Tampoco voy a ser el ganador en mi primera participación ¡solo faltaría que llegase el que hace macarrones y ganase! Pero soy, seguro, el que mejor entrenado está para dormir poco, o no dormir. En eso, el campeón soy yo». Jubany espera no sufrir el síndrome de Estocolmo, es decir, no quiere enamorarse, más, del Dakar. Quiere correrlo como reto, acabarlo como sueño y celebrarlo. Y no volver. «Dicen que engancha, pero yo no puedo repetir. Tengo una maravillosa esposa, unos hijos estupendos, un negocio atómico y muchas familias dependiendo de mis locuras. No, no, no volveré. No puedo volver».

Imitar a sus ídolos

Nandu va al Dakar gastándose sus vacaciones. Can Jubany, la casa madre de este tinglado del que cuelga la estrella Michelin, que deberían ser dos, o eso dicen los que saben, cierra del 1 al 20 de enero y la maratoniana carrera se corre del 6 al 19, vaya. Nada se sabe qué piensan sus hijos Eudal, de 18 años, Gil (13) y Lluc (9), pero visto el revuelo que organizan sus canes, Lola, Greta y Gas en la casa, muy contentos de que papá corra un rally de tanto riesgo no deben estar. Si para Nandu, la heroína de esta vida es Anna, para los chavales es posible que papá se convierta en su héroe tras la noche de Reyes.

«Yo no quería ser cocinero, yo quería ser piloto. Yo hubiese matado por ser Nani (Roma), Àlex (Crivillé) o protagonizar las salvadas que hace Marc (Márquez) a 300 kms/h. Nunca fui buen estudiante, me esmeré en la cocina, tenía pasión por los fogones, he encontrado la gente ideal para vivir y experimentar mi profesión, pero lo que quiero ahora es acabar el Dakar», insiste Nandu, que agradece a todos los que le han ayudado a construir su sueño, especialmente a Nani y a Rosa Romero, su esposa, que correrá su octavo Dakar.

«¿El rally? No tengo ni idea cómo me irá. Supongo que la misma carrera te va poniendo en tu sitio ¿no? Lo que quiero es experimentar, en solitario, ese reto. Luego, si he de correr con mi grupito y en él está Rosa, mejor que mejor», señala Jubany, que recuerda haber ejercido, durante años, de liebre o sparring de Nani Roma cuando el de KTM preparaba el Dakar. «Me enviaba por delante en las pistas donde se entrenaba por si aparecía un tractor o un animal, para que me lo comiese yo y no él».

Acabar sano y salvo

Las secuelas que tiene Nandu en su cuerpo son la prueba que demuestran que sabe que el Dakar, el auténtico Dakar, no es el que sale en la tele a través de esas bucólicas imágenes de dunas. «Es una carrera muy peligrosa, mucho. Cuando practicaba cross o enduro aquí, incluso cuando competía en mis años mozos, te podías, ciertamente, te hacías daño, pero no te matabas ni corrías peligro de quedarte inválido. En el Dakar, sí, en el Dakar te puedes matar».

Y, en ese sentido, Nandu se conoce y se teme. «Las motos de ahora son la repera, de verdad. Te ofrecen tantas prestaciones, te transmiten tanta confianza, aceleran y frenan tanto, se aguantan tanto, que te incitan a correr más de lo que debes. Ya no te digo en manos de alguien como yo, que quiere ser piloto sin serlo y cree estar capacitado para competir al más alto nivel. Me he preparado muy bien, voy en moto desde niño, estoy ilusionado, pero he de ser prudente. Sobre todo, por los míos».