No tengo palabras para describir el sentimiento de desolación, frustración y tristeza que me invadió el domingo. Es cierto que en la vida hay muchas cosas más importantes que el fútbol, pero a mi CD Castellón no lo puedo considerar como, simplemente, fútbol. Soy socio desde que tengo uso de razón; vivo y siento este club como parte de mí. Mis hijos fueron albinegros antes de estar inscritos en el Registro Civil, mi hijo lleva con orgullo la camiseta y, juntos, vivimos nuestros colores como parte importante en nuestras vidas.

Lo del domingo fue ya demasiado duro: la pena, la sinrazón, la injusticia, la decepción... no sé cómo definirlo.

El lunes me levanté muy triste, esperando despertar y que lo de Gavà solo fuera una pesadilla. Pero, desgraciadamente, no ha sido un mal sueño: ha sido una cruda realidad.

La vida da y quita. Desgraciadamente, a nuestro Castellón solo le quita... pero hay algo que nunca le podrá quitar.

NO nos podrán quitar el profundo sentimiento que, por esos colores, tenemos muchos. Personas que trasmitimos ese sentimiento de padres a hijos.

NO nos podrán quitar el orgullo y honor que supone ver a más de 14.000 almas entregadas en un campo de fútbol para asistir a un encuentro de Tercera División.

NO nos podrán quitar que, cada vez que veamos a 11 jugadores vestidos de albinegro saltar a un terreno de juego, nuestra piel se erice.

NO nos podrán quitar que, cuando suena nuestro himno, alguna lágrima asome en nuestros ojos.

No tengo ni más palabras ni más ganas de escribir. El fútbol, como la vida, es profundamente injusto. Pero, aun así, me siento orgulloso de ser un albinegro más y de estar escribiendo estas palabras con lágrimas en mis ojos. H