Pintaba una noche perfecta. Muchos no se habían sentado en sus asientos y Bakambu ya había marcado. El fútbol del Villarreal dominaba, mandaba y asediaba. La mecha para encender un Madrigal implicado y puesto en el partido. Inmejorable, más que correcto, casi que insuperable. Rapidez en el juego y… ocasiones y más ocasiones. Un idilio y un ambiente inmejorable. Solo faltó ella, la efectividad; que anoche le dio la espalda a los groguets durante todo el partido.

Y de ahí, en el último estertor del primer acto, al empate y al gesto claro de Marcelino pidiendo tranquilidad en la segunda parte. El Submarino cayó en las corrientes de la ansiedad y la aceleración. Una noche europea intensa, con la incógnita en el marcador y el ay en el corazón. Un enredo de ocasiones sin gol y demasiado perdón. Increíble. El Villarreal ayer se dejó el alma en el terreno de juego, remató de una y mil maneras, y se tuvo que conformar con una renta mínima y escasa, gracias a que de nuevo apareció Bakambu para desenredar el lío de ansiedades y precipitaciones.

Los lamentos pueden ser justificados. A nadie le hubiera extrañado que el marcador de anoche hubiese acabado en una goleada de escándalo para pensar ya en la próxima estación de la Europa League, que son las semifinales. El Villarreal, como siempre, se tiene que ganar los premios a pulso. Sea como sea, la ventaja es grogueta y son los checos los que tienen que ganar la próxima semana. El Villarreal merece toda la confianza. H