Si después de todos estos años gobernados por canallas y trileros del más diverso pelaje, el Castellón sigue sobreviviendo --aunque lo esté haciendo ya con respiración asistida--, permítanme que crea que el club disfruta del superpoder de la inmortalidad.

Llámenme optimista, no sé si por convicción o por necesidad, pero solo así se explica que con los problemas extradeportivos, deudas, impagos, cacicadas, un campo y césped dejados de la mano de dios, y demás adversidades, unos cientos de valientes pudieran ayer celebrar algo en Castalia y a otros tantos les quedaran fuerzas para protestar por la gestión de la actual directiva.

No recuerdo cuántas veces he escuchado la cantinela de que nadie de Castellón quiere entrar en el Castellón. Que la gente de dinero de aquí no se lo quiere gastar en el fútbol. Pues bien, ahora mismo, gente como Pablo Hernández, Dealbert, Vicente Montesinos o Javier Heredia --que creo que no son de Zimbabue--, con la colaboración de un profesional como Bruixola, están trabajando para llegar al club.

Se trata también de gente con recursos económicos --habrá que ver, eso sí, cuántos destinan a un club necesitado--, pero la pasada semana la alcaldesa puso en duda su seriedad. Sin conocer los entresijos de la negociación, parece un bofetón preventivo, un ¡Enséñame la pasta! en toda regla, aunque Marco tampoco tiene la llave del cambio de poder. Por desgracia, la tiene Cruz, en su defecto, Osuna, o por último, un juez.