En el Abierto de tenis de Estados Unidos del coronavirus, el de las mascarillas, la burbuja, la distancia social y el contacto mínimo, nadie le ha entregado el trofeo a Naomi Osaka. Ha tenido que cogerlo ella misma de una mesa, en una pista prácticamente vacía, en una ceremonia apagada, de tono casi sombrío. Pero las circunstancias no cambian la historia. Ante Victoria Azarenka, después de arrancar de forma pésima la final, la japonesa de 22 años se ha impuesto 1-6, 6-3 y 6-3 y ha vuelto a conquistar Flushing Meadows, donde hace dos años irrumpió en lo más alto ante Serena Williams. Es ya su tercer grande. Y por su tenis, por su edad y su mentalidad, está claro que pueden llegar muchos más.

Su triunfo ha dejado otra vez a las puertas del título neoyorquino a Azarenka, la doble campeona de Australia y exnúmero uno, que ya disputó dos finales en Nueva York en 2012 y 2013. Y ha quitado el broche de oro al retorno glorioso en las últimas semanas de 'Vika', una tenista de 31 años transformada que, como ha demostrado en Flushing Meadows, siete años después de esa era dorada, vuelve a merecer su espacio entre las mejores.

Un mal arranque

Durante los 26 minutos que duró el primer set y en el arranque del segundo pareció inevitable que la bielorrusa culminara esa gesta, que habría sido especialmente dulce tras la sequía de más de un año de títulos. La madre desde 2016 era de nuevo la tenista implacable que en su semifinal había acabado con Serena Williams. Y no tenía rival. Pero Osaka reaccionó, movida, como explicó luego, por el pensamiento de que “sería vergonzoso perder en menos de una hora”. Y reaparecieron el saque brillante de la japonesa, su fuerza, su concentración. Aprovechó en el tercer juego de la segunda manga su primera oportunidad de romper el servicio a Azarenka. Y ya no hubo marcha atrás.

Incluso en el tercer set, cuando la bielorrusa dejó en evidencia su filosofía de que nada está perdido mientras la pelota esté en juego y recuperó en el séptimo juego la ventaja que había tomado Osaka, la nipona le quitó de inmediato las esperanzas rompiendo también. Y en una hora y 53 minutos selló el partido, convirtiéndose en la primera tenista desde Arantxa Sánchez Vicario en 1994 ante Steffi Graf en ganar el Abierto estadounidense tras perder el primer set.

Doble triunfo

Era una auténtica reconquista, especialmente bienvenida para una joven deportista que empezó el año en Australia lejos de sus mejores momentos. Y Osaka la ha logrado a la vez que se convertía en la máxima exponente en el tenis de las protestas de deportistas contra la injusticia racial y la brutalidad policial contra los negros en Estados Unidos.

Ya en la burbuja de Flushing, cuando previo al Abierto se celebró Cincinnati, forzó un día de pausa en el juego al sumarse al histórico boicot de deportistas en EEUU por el caso de Jacob Blake, un hombre negro que recibió siete disparos de la policía en Kenosha (Wisconsin). Y en el grande Osaka, de padre haitiano y madre japonesa, ha lucido cada día una máscara con el nombre de una víctima del racismo.

Este sábado salió a la pista Arthur Ashe recordando a Tamir Rice, un niño negro de 12 años que en 2014 murió a manos de la policía en Cleveland con una pistola de plástico en sus manos. Cuando en la ceremonia de premios en la pista le han preguntado a Osaka qué mensaje quería enviar estos días ha replicado inteligente a su interlocutor: “¿Qué mensaje recibiste?” Porque esa ha sido su idea con su gesto cada día: que la gente tomara conciencia, “hacer a la gente hablar”. Y su triunfo en Nueva York no ha sido solo de tenis.