Tadej Pogacar podría ser su hijo. Como si el niño se hubiera ido con el papá a subir un puerto, le hubiese atacado y luego el mayor, por honor, por orgullo, para demostrar quién era el cabeza de familia, no le habría quedado más remedio que exprimirse al máximo para que el chaval no se creyera demasiado lo que era y, sobre todo, lo que apunta. En el día en el que Primoz Roglic dejó la Vuelta 2019 vista para sentencia, Valverde tuvo que apretar hasta lo infinito para que un chico 19 años menor que él no lo expulsase de la segunda plaza del podio, en otro día de gloria, de raza, de un joven esloveno que va para estrella mundial, más allá de las galaxias ciclistas.

Parecía la Plataforma de Gredos, allí donde los amantes de la naturaleza aparcan los coches para penetrar en el interior de la sierra abulense y conocer sus secretos, una especie de guardería. Hacía frío y lloviznaba, por lo que a Nora, la mujer de Roglic, no le quedó otro remedio que refugiarse en el interior de la carpa adjunta a la meta, que servía de sala de prensa. Cuando su padre cruzaba la línea de llegada en quinta posición, a 1.41 minutos de Pogacar y a 9 segundos de Valverde, su bebé lloraba con toda la fuerza de los pulmones ajeno a lo que su progenitor conseguirá esta noche en la plaza de la Cibeles.

UNA OFENSIVA LEJANA // Cien metros más abajo gritaba de satisfacción otro chico, Pogacar, el que atacó al resto de figuras a 38 kilómetros de meta, demarraje lejano, de casta, de los de antes, lejos de las vallas de meta. Chillaba cuando atravesaba la línea de meta después de desplazar a Nairo Quintana del podio y arrebatar a Superman, en un día colombiano para olvidar, el jersey blanco de los menores de 25 años.

Sumaba la tercera victoria en la Vuelta, en tres montañas diferentes (Els Cortals d’Encamp, Los Machucos y Gredos) y la segunda vez que ganaba en solitario, contra todos, sobre todo frente a un Movistar sl que le costo Dios y ayuda, una vez se vio imposible salvar a Nairo, resguardar la segunda plaza de Alejandro Valverde. Y hasta que el campeón del mundo no tomó las riendas, justo a cuatro kilómetros de meta, se encendieron las alarmas en la escuadra española.

«Con la lluvia se me había estropeado el auricular. No oía nada y al tratar de arreglar la emisora (la que llevan en la espalda, un aparato minúsculo) cambié de emisora sin querer», explicó Valverde. Y añadió que fue Ion Izaguirre, rival en el Astana, quien le pasaba las referencias. Pero, sobre todo, el público, el que le chillaba y le pedía que apretase. Ahí comprendió que la situación por la escapada de Pogacar se ponía realmente peligrosa para él.

Mientras, Roglic circulaba en carroza por la Sierra de Gredos. A él no le importaba, de hecho, por mucha ilusión que le hiciera compartir podio con un paisano, quién lo iba a acompañar esta noche en el cajón de Madrid. Se había quedado sin gregarios, pero, de hecho, los del Movistar eran realmente como si fueran los suyos. Si apretaban por el murciano Alejandro Valverde era como si lo hicieran por él.