Se disputó, al fin, el clásico y resultó un partido con bastante más histeria que historia. En un ambiente enrarecido de antemano por las convocatorias de la plataforma Tsunami Democràtic, por las insólitas medidas de seguridad y por el alarmismo alimentado por un sector de los medios de comunicación, el Barcelona y el Real Madrid se vieron superados por las circunstancias atmosféricas y brindaron un encuentro intenso y entretenido, eso sí, pero de modestísima producción ofensiva y nula capacidad anotadora, algo impropio en un montaje de tan altísimo presupuesto. El 0-0 final pareció dejar satisfechos a todos y a nadie. En realidad, era el resultado más lógico, porque, como se vio después, toda la pólvora estaba fuera.

Ni la presencia de varios miles de manifestantes en los alrededores del Camp Nou en las horas previas al encuentro, ni las alteraciones de tráfico provocadas por las movilizaciones, ni la multitudinaria reivindicación independentista que acompañó la salida de los equipos al campo, ni siquiera la performance del lanzamiento de pelotas de plástico amarillas al césped (una acción intrusiva pero de muy limitado efecto) parecieron a la postre motivo suficiente para justificar el clima de pánico nuclear con el que algunos habían querido vestir el último Clásico de la década. Y, sin embargo, con el balón ya en juego, la tensión creada acabó desembocando en serios disturbios en el exterior del estadio, con quema de contenedores, cargas policiales, una docena de heridos y varias detenciones.

A todo ello era ajeno el público del Camp Nou, al menos hasta que le tocó abandonar el recinto, cosa que hizo no sin dificultades. Hasta entonces, su atención estaba puesta en un partido en el que una buena versión del Madrid no les alcanzó para superar a un Barça muy poco reconocible, porque el antaño tan admirado juego de asociación ha dejado paso al envío largo y la conducción sin que el cambio haya reportado beneficio alguno al equipo.

Con un sorprendente centro del campo, donde Sergi Roberto acompañó a Rakitic y al intocable De Jong mientras Busquets se quedaba en el banco, el Barça entró muy entero en el partido, tratando de tú al balón y empujando al Madrid hacia el área de Courtois. Pero la aseada puesta en escena de los locales no duró más allá del cuarto de hora, lo que tardaron los blancos en encontrar a Benzema y montar un lío en el área culé del que podrían haber salido con premio si Hernández Hernández hubiera visto un penalti de Lenglet a Varane.

MEJOR ZIDANE / Guiado por un plan de actuación bastante sensato, con presiones altas y conexiones rápidas, el equipo de Zidane se beneficiaba de las luces de Fede Valverde para llegar una y otra vez hasta los guantes (y los pies) de Ter Stegen, mientras el Barça, privado de la telemetría de Busquets, se veía obligado a buscar la salida con envíos largos del guardameta alemán a Suárez y acababa reducido a los chisporroteos que brindaba la recuperada sociedad Messi-Alba. Insuficiente, en esta ocasión para inquietar.

Así las cosas, Ernesto Valverde no tardó mucho en jugarse la carta Arturo Vidal. Corría el minuto 55, más o menos. Sacar al chileno al campo es como pulsar el botón rojo de la energía de la improbabilidad que aparece en la Guía del autoestopista galáctico.

A partir de ahí, cualquier cosa puede ocurrir. Y pasaron dos cosas: desde las gradas llovieron pelotas de plástico amarillas, lo que obligó a detener el juego durante un par de minutos (con lo que el Barça se expone a una bonita sanción) y, casi más inesperado, los azulgranas empezaron a carburar y a disponer ocasiones.

Las más claras llegaron en una doble jugada de Messi y Suárez que ni uno ni otro acertaron a rematar. La más distinguida, en una estupenda conducción de De Jong que él mismo acabó rematando. Pero en este juego de idas y venidas, fue el Madrid el que más cerca anduvo de cantar bingo. Lo hizo, de hecho, en un gol de Bale que el árbitro, avalado por el VAR, anuló por un fuera de juego previo de Mendy.

La cosa ya no dio para más y los jugadores dieron por bueno un empate que mantiene a ambos equipos empatados en cabeza, colíderes, con 36 puntos.