Había una vez un niño iraní llamado Alireza Beiranvand que viajaba con su familia nómada en busca de buenos pastos para las ovejas. Su ilusión era el fútbol y mataba los ratos libres jugando al Dal Paran, juego que consiste en lanzar piedras lo más lejos posible. Quería ser portero, pero su padre le destrozaba los guantes y le escondía las botas para que se centrara en el trabajo. Hasta que un día se escapó de casa en busca de una oportunidad en algún equipo. Durmió en la calle, fue lavacoches, pizzero y barrendero... hasta que se abrió una puerta. Aquel crío es hoy el portero de la selección de Irán en el Mundial. El cuento se hizo realidad.

La historia de Beiranvand (25 años) podría nutrir el guion de cualquier filmE de superación. Nacido en Sarabias, pequeño asentamiento de un millar de habitantes, empezó pronto a vagar de un lado a otro. Ayudaba a sus padres y hermanos como pastor hasta que la familia decidió asentarse en la pequeña capital del Lorestán. Tenía 12 años Alireza y ya estaba loco por el balón. También le encantaba ese juego con piedras que le convertiría más adelante en el portero con el brazo más poderoso, capaz de lanzar el esférico a 65 metros, mucho más allá del círculo central.

Empezó de delantero, pero una lesión del meta de su equipo le llevó por primera vez al marco en un partido de infantiles. Ese día decidió que ya nunca más se separaría de la portería. Su padre, el recio Morteza Beiranvand, le puso todas las trabas posibles. Quería otro futuro para su hijo hasta que agotó la paciencia del joven, que se marchó a la capital.

En Teherán topó con Hossein Feiz, jefe de una escuela de fútbol que le ofreció un hueco, pero Alireza no tenía dinero. Durmió varias noches rodeado de vagabundos. Su insistencia llevó al técnico a compadecerse. Le dio una oportunidad y superó la prueba. Faltaba costearse todo. Probó en un taller de costura y siguió en otros humildes oficios. Pasó por varias aventuras hasta que una llamada allanó todo. Fue convocado con la selección sub-21, destacó en el Naft de Teherán y empezó a llamar la atención con sus espectaculares saques con la mano, sus reflejos y sus paradas felinas. Ahora es una referencia en el Persépolis y Queiroz le ha dado la titularidad de la selección. Ante Marruecos se agigantó y esta tarde espera a España.

Un ídolo

La vida ha cambiado mucho para Beiranvand, uno de los ídolos de un país con 80 millones de fieles volcados con su selección. En San Petersburgo hubo 20.000 iranís viendo el pulso contra Marruecos mientras hoy se esperan más de 15.000. Su portero, un antiguo sin techo que no descansó hasta alcanzar su meta, intentará prolongar el sueño persa.