Recuerdo con nostalgia el partido de los domingos a las cinco de la tarde como horario normalizado. El carrusel por la radio y los pitidos cada vez que se marcaba un gol en algún estadio. Por la noche, todos los resúmenes de la jornada en Estudio Estadio. Los viernes a las nueve de la noche mi vida estaba en las tascas con la panda, planeando la visita a la disco de turno. El sábado a la una de la tarde, tras dormir lo suficiente para recuperarme de la noche anterior, yo que estaba un poco chalado me iba a ver algún partido del fútbol base y podía prolongarse hasta media tarde. La fiebre del sábado noche empezaba a veces después del habitual partido de la tele. ¿Y el domingo? Por la mañana tocaba lucir tipo, colocarse las botas y mostrar a los cuatro gatos que iban a vernos jugar al fútbol lo malos que éramos. Bueno, también estudiar en casa el día que no había fútbol por la tarde. Eran otros tiempos. Los presupuestos dependían del carné del socio y las taquillas, y para mí era un sacrificio como estudiante con telarañas en el bolsillo.

Pero cuando nos movemos en la era de las redes sociales, cuando la marca tiene un valor que no se puede cuantificar, cuando todo viene marcado por el impacto de tu imagen, cuando la publicidad es más efectiva que nunca a pesar de que llega a menos gente porque se lanza a un público más selectivo y del que se conocen sus gustos y sus hábitos, los valores y los intereses son diametralmente distintos.

Posiblemente por todo ello, clubs como el Villarreal, aunque no olvido a Eibar, Leganés, Getafe, Alavés, Osasuna o Granada, pueden competir en Primera con los grandes y como el Submarino estar 13 temporadas en Europa y tres de ellas en Champions, donde disputó unas semifinales.

El sueño de la ciudad de 52.000 habitantes plantando cara al Barça, Madrid, Valencia o Atlético, sus dos ciudades deportivas, el patrocinio de más de un millón de euros que sustenta a un elevado porcentaje de los clubs de élite de la provincia… no sería posible sin el dinero de televisión. No hay otra realidad que esa y echar la vista atrás es como pensar que era más bonita la comunicación con el telégrafo que con nuestros smartphones o pensar que desplazarse a caballo es más bucólico que hacerlo en coche.

Por supuesto, no me gustan muchos de los horarios de los partidos de fútbol, pero sin la televisión LaLiga no sería lo que es y, desde luego, el Villarreal no tendría el nivel competitivo y el caché que se ha ganado por hacer las cosas bien. Para alcanzar un presupuesto que supera los cien millones de euros los abonados no pagarían los 300, 400 ó 500 euros por tener un asiento durante todo el año en El Madrigal, perdón en La Cerámica, porque el patrocinio también suma.

Me voy ahora a lo que supondría jugar un partido en Estados Unidos, con el plus de que el Villarreal sería, el primero junto al Atlético, en formar parte de un acontecimiento histórico. El valor de la marca es un dato a veces intangible pero que siempre acaba monetizándose a medio plazo. Y ver al Villarreal jugar en el escenario donde se han disputado varias finales de la Super Bowl ofrece impactos mediáticos incalculables a coste cero. Me viene a la memoria una campaña de las Islas Queensland en Australia. Una mente brillante se inventó que una de sus islas ofrecía el The Best Job in the World (el mejor trabajo de mundo) un puesto de farero con un sueldo de 600.000 euros por seis meses en una de las islas y organizó un concurso para dotar la plaza. La noticia recorrió todas las televisiones del mundo, los candidatos ejercieron de receptores y comunicadores a la vez y el impacto, si se hubiera tenido que pagar en dólares, hubiera superado los cien millones. O más.

Por ello, espero que Rubiales se olvide de sus cuitas y deje que sean los clubs los que gestionen sus intereses. Y no voy a caer en el populismo de demonizar a Tebas. Es lo fácil y menos por hacer bien su trabajo, que no es otro que conseguir ingresos para LaLiga. Es cuestión de tener visión de futuro y vivir en el 2019. El Villarreal de 3ª o 2ª B tenía su encanto pero nunca un chino o un peruano sabrían situar Vila-real en el mapa. Ahora sí por su equipo de fútbol. Otra cuestión es que al final la gallina pueda dejar de dar huevos o que nos cansemos de fútbol hasta en la sopa en televisión. Un gestor debe intentar sacar el máximo partido a su negocio. Y no hay más. ¿Qué Villarreal prefieren? H

jlizarraga@epmediterraneo.com

@josellizarraga