Los rebeldes difícilmente ganan las guerras, llámese el Tour, pero sí las batallas, como la del Galibier. Nairo Quintana, cuestionado por todos lados, también por su equipo, el Movistar, que ya hace tiempo que le ha mostrado la puerta de salida, quiso demostrar a los compañeros, a los rivales colombianos y al mundo entero, que sigue teniendo la chispa suficiente para conseguir una gran victoria en una etapa titánica que abrió el guion alpino de la ronda francesa 2019. Ganó en solitario, en el mismo sitio donde lo había hecho Eddy Merckx 47 años antes, y obsequió al conjunto de Telefónica con un gran triunfo. Pero ese no era el plan.

Quintana quiso demostrar este jueves que era un hombre libre, el mismo que el lunes había recibido las críticas de Alejandro Valverde, el campeón del mundo, y el mismo que se resistía a entregar los galones de jefe de filas a Mikel Landa, al que ahora ya supera en la general y con un minuto de ventaja. «Este no era el plan», aseguró Landa tras cruzar la meta de Valloire, con la amenaza de la lluvia que llegará a partir de ahora. Quintana se coló en una fuga de calidad porque el plan del Movistar era tenerlo allí, de puente, como ocurrió el domingo pasado en ruta hacia Foix. ¿Por qué, si no, el equipo tiraba a todo gas en el Izoard con Quintana fugado? ¿Por qué, si no, Landa, preguntó a Marc Soler, en el mismo monte, la razón por la que frenaban cuando algunos, como Julian Alaphilippe, ya empezaban a sufrir duramente?

Ganó Nairo y nada que añadir, señoría, se podría escribir. Sería lo más fácil. Y tampoco sería justo criticar por ganar a uno de los grandes escaladores del ciclismo mundial de la última década, tres veces podio del Tour y vencedor de la Vuelta y el Giro, el abanderado de una gran escuela colombiana cuyo testigo ya ha cogido el joven Egan Bernal.

CAMBIO DE PLAN / Pero tampoco sería correcto esconder, tapar y no advertir que su victoria no era el plan inicial del Movistar en una etapa que estrenó los Alpes con el Izoard y el Galibier como grandes barreras. Los periodistas colombianos llevan días poniendo el dedo en la herida del Movistar. Valverde y Landa debieron sonreír en Nîmes y convertirse en actores para demostrar que el equipo era una fiesta y que todos eran colegas, que simpatizaban y bromeaban entre ellos. En cambio, la cara de Landa en la meta de Valloire no era la de un corredor feliz por el triunfo de uno de los suyos, alejada de los gestos que intercambiaban con Alaphilippe los compañeros del Deceuninck tras volver a salvar otro día el jersey amarillo, ante la ofensiva del Ineos. La tensión es evidente.