Cuatro años después de su doble victoria en Londres, Mo Farah volvió a demostrar que es un atleta imbatible, incluso cuando todo se pone en contra. El sábado ganó la que, quizás, haya sido su prueba más difícil, la final olímpica de 10.000 metros, en la que, en el minuto 12 de carrera, se vio, sin quererlo, sentado en la pista azul del Engenhao tras un tropezón con su compañero de entrenamiento Galen Rupp, estadounidense. Farah aceleró al pasar la curva de los 200 metros para derrotar al keniano Paul Tanui y retener el título olímpico de los 10.000 metros de los Juegos Olímpicos de Río 2016 con un gran registro: 27:05.17.

Con su triunfo en los 10.000, el británico de origen somalí está a un paso de equipararse al legendario Lasse Artturi Virén. Para que las comparaciones de Farah con Virén resulten aún más creíbles, el finlandés cayó sobre la pista de Múnich antes de ganar su primer oro olímpico. Lo normal es que se produzcan este tipo de incidentes. El gigantismo de los Juegos Olímpicos se vio reflejado en la salida de los 10.000, con más de 30 atletas en pista.

Al principio parecía una carrera de cros, bastante caótica, hasta que cada atleta encontró su sitio durante las primeras vueltas. Normal que ni kenianos ni etíopes, siempre en cabeza, se enteraran del incidente de Farah, afortunadamente para el británico nacido en Mogadiscio. Este recuperó pronto el control y se enganchó de nuevo a la carrera, con una sangre fría admirable.

Reencarnación en Virén // Parece que el guión que vincula a Farah con Virén sea un remake actualizado, en el que las coincidencias se repiten. El finlandés volador fue, supuestamente, el primero en practicar la autotransfusión de sangre, aunque nunca llegó a probarse ni fue admitido por el atleta escandinavo.

Virén fue, en los años 70, un atleta imbatible, con dos medallas de oro en los Juegos de Múnich-72, en 5.000 y 10.000, que repitió en Montreal-76. Su cambio final era tan poderoso como actualmente lo es el de Mo Farah. El finlandés siempre negó el asunto del dopaje sanguíneo. Célebre por su sarcasmo, atribuía sus éxitos al consumo de leche de reno, un cuento que el chino Ma Junren adoptó cambiando la leche por la sangre de la tortuga. H