El inicio fue tan desastroso (ocho goles encajados en los dos primeros partidos, cuatro del Sevilla y cuatro del Athletic) que se dudó de todo. Pero el carácter de Ter Stegen, el portero de aquel duro agosto, le permitió sobreponerse hasta dejar como última exhibición dos extraordinarias paradas en el Emirates Stadium ante el Arsenal. De Bravo, y su tradicional solvencia, poco se habla porque se ha convertido en una rutina para Luis Enrique, capaz de provocar una extraña cohabitación con dos grandes porteros.

Al técnico del Barça le ha salido de maravilla, a pesar de que los protagonistas viven situaciones complejas, ocultas siempre bajo una profesionalidad casi ejemplar, sin quejas. Al menos, públicamente. A Bravo le encantaría jugar la Champions. Y Ter Stegen sería el portero más feliz del mundo si cada semana disfrutara de la Liga. “Mentiría si dijera que vivo bien no jugar la Champions”, admitió el chileno, sumergido en una contradicción.

Es campeón de Europa, aunque la UEFA no lo considerara, a pesar de que ni tan siquiera ha debutado en esta competición. A Ter Stegen, perfectamente integrado en el vestuario (habla un más que correcto castellano), le sucede lo mismo. El alemán (23 años), que fue galardonado con el premio a la mejor parada de la Champions del 2015 por una felina y doble acción en el Allianz ante el Bayern Múnich, pagaría por estar en el sitio que ocupa cada día el experto chileno (32). Llega el miércoles un deprimido Arsenal (0-2 en la ida para los azulgranas) y Bravo será invitado secundario de la Champions, el jardín de Ter Stegen. H