El polémico dirigente que cambió la cara de la FIFA”. Con ese escueto título despidió el diario OGlobo de Río de Janeiro a un carioca dilecto, Joao Havelange. La muerte lo alcanzó a los 100 años. La lapidación mediática le había llegado antes, cuando se creía más allá del bien y el mal, y por eso el COI ayer prefirió el recato.

Alguna vez fue nadador y llegó a participar en el equipo brasileño de waterpolo en los Juegos Olímpicos de Berlín-1936. Los fastos del nazismo le impresionaron y nunca escondió esa fascinación. En los Juegos de Melbourne-56 ganó medalla de bronce con Brasil. Pero nadie lo recordará por lo que hizo en las piscinas. En 1963, entró en el COI como dirigente. Uno más. Lo de Joao Havelange fue el fútbol de todo el planeta.

“No quiero que diga que me quiere como un padre. No soy un hijo de puta”. Maradona nunca aceptó su tutelaje ni la impostada afectividad. El hombre que se sentía por encima de todos, nunca supo cómo enderezarlo. Si Maradona era dios en la cancha, él lo era en todo lo demás que concernía al balompié: lo hizo a su imagen y semejanza.

Su deceso coincide con el peor momento de la organización que manejó 24 años y en la que dejó una marca indeleble. Tres años atrás, había renunciado a su condición de presidente honorario de FIFA. Nadie tomó en serio sus ademanes de perplejidad ante la revelación de los sobornos pagados por la empresa de márketing deportivo ISL en la década de 1990. Dijo haber recibido a la FIFA en 1974 con 20 dólares en la tesorería y la dejó con 4.000 millones de dólares. Cuando abandonó la presidencia poco cambió. H