Cantaba Rocío Jurado que «se nos rompió el amor / de tanto usarlo / de tanto loco abrazo / sin medidas / de darnos por completo / a cada paso / se nos quedó en las manos / un buen día». No hace un año cuando Frank Castelló se despedía en la cafetería que hay frente a Castalia en un mar de lágrimas, acompañado de decenas de aficionados que si bien no llegaron a llorar, sí tenían el corazón en un puño.

Ese amor convirtió el adiós en un hasta luego pero ahora, cinco meses después, algo ha hecho crac. La afición le responsabiliza porque el equipo no arranca aunque, paradójicamente, de forma virtual, es cuarto (está a dos puntos del Olímpic, que tiene un partido más). Además, esta vez él tiene la paternidad de la confección del equipo, ante una directiva que sopesa con calma qué hacer, compartiendo dudas con la grada aunque, eso sí, sin dejarse llevar por la pasión, tal vez fiándolo todo a la mercadotecnia, donde, ahí sí, ganan por goleada.

Castelló supo gestionar la carestía la temporada pasada, pero está dilapidando el cheque en blanco que recibió en verano. Flaco favor le está haciendo la plantilla, porque el empate de ayer, en una acción aislada, no debe despistarnos: la bajada de brazos, salvo en el caso de algún jugador puntual, fue generalizada y profunda. Los casi 30 minutos entre el 0-1 y el 1-1 fueron un compendio de lo que no tiene que ser un equipo. Culpa del entrenador y también de los futbolistas, porque el fútbol es de ellos.