El hambre de historia de Serena Williams es voraz, pero el apetito a veces puede ser mal consejero. Este sábado, en la pista central del Abierto de Estados Unidos donde hace exactamente dos décadas consiguió como una adolescente de 17 años el primero de sus 23 grandes, intentará agrandar su leyenda, sumar el 24, igualar el récord de la australiana Margaret Court. Pero para hacerlo tendrá que enfrentar a una joven estrella en eclosión, la canadiense Bianca Andreescu, que a sus 19 años no había nacido cuando Williams alzaba la primera de sus seis copas en Flushing Meadows. Y, quizá más importante aún, la estadounidense tendrá que enfrentarse a sí misma y a la presión, innegable, de su ambición.

Ya en 2016, cuando buscaba igualar la marca de 22 grandes de Steffi Graff, Williams falló en las dos de las tres primeras finales que alcanzó persiguiendo ese número, que acabó conquistando en Wimbledon. Luego llegaron otro grande en Australia en 2017 (el último en su brillante palmarés), una maternidad que estuvo a punto de costarle la vida tras el parto, y un esforzado retorno a las pistas. Desde entonces la marca de Court ha estado en su diana. Pero hasta ahora, y pese a tres finales hasta la de este sábado, se ha hecho esquiva.

Primero llegó, en 2018, una derrota ante Angelique Kerber en Wimbledon. Ese mismo septiembre dejaba para la infamia una actuación lamentable en la final de Nueva York, con la que enturbió el merecido triunfo de la joven Naomi Osaka, hundida en un baño de lágrimas en el que debía haber sido su momento de gloria. Y este julio no pudo hacer nada ante el huracán que fue Simona Halep, que en menos de una hora y sin prácticamente errores le endorsó un definitivo 6-2 y 6-2.

A la final de este sábado, la cuarta oportunidad, Williams llega aparentemente en la mejor forma física desde ese retorno tras convertirse en mamá. Es un poderío destacable para una deportista a punto de cumplir los 38 años (a finales de este mes) y lo ha demostrado en todo el torneo y en su semifinal con Elina Svitolina, a la que arrolló 6-3 y 6-1. Pero ahora le queda probar que tiene la fortaleza mental para no caer en explosiones indignas como la del año pasado si las cosas se le vuelven en contra, un reto especial. Hay tantas emociones en unas finales...., reconocía en su última rueda de prensa. Saca altos y bajos, nervios y expectativas... Es mucho.

Serena, poco dada a expresiones de falsa modestia, y posiblemente la mayor vendedora de sus propios logros, aseguraba también que no esperaba menos que volver a la final, se declaraba bastante orgullosa de sí misma y definía de asombroso haber sido capaz de ganar tantos grandes, especialmente jugando contra cinco eras de jugadoras.

Ganar a una de las de última generación como Andreescu amenaza con ser complicado. Dueña de un tenis que ha sido definido como precozmente completo y que en los últimos meses se ha elevado meteóricamente, la canadiense que hace solo un año estaba fuera de las 150 mejores ya cosechó el mes pasado un título en Toronto ante Williams (aunque fue cuando esta se retiró por problemas de espalda). Y el jueves por la noche, tras ganar a Belinda Bencic 7-6 (7-3) y 7-5, entregada a la locura de saberse en su primera final de grande, con la que podría llevar el primer major a Canadá, también explicaba un riesgo que corre su rival. Cuando me ponen contra la pared, avisaba, saco mi mejor tenis.