Para Sergio García estos últimos días han sido de «muchas emociones», aunque no será hasta que abandone la vorágine de actos y entrevistas en las que se está viendo envuelto en EEUU tras su gran triunfo en Augusta cuando empiece a saborear plenamente el éxito. «La verdad es que no he podido parar todavía». El día D, el de enfundarse su primera chaqueta verde, llegó a la casa que alquiló para el Masters

—donde han estado acompañándole, además de su pareja, Angela Atkins, sus padres, Víctor y Consuelo— bien entrada la madrugada, sin tiempo material para revisar los centenares de mensajes que inundaron su móvil. «No he podido verlos todos todavía», dice el borriolense, en cuyo buzón también aparecieron los mensajes de la Casa Real y la Presidencia del Gobierno. «Estoy muy contento de poder hacer cosas bonitas para España», se congratula.

LA TRANQUILIDAD / Ya con unas horas de perspectiva, Sergio García analizó en Nueva York las claves de su éxito. La principal no estaba en sus manos, sino en su cabeza. «Durante todas las jornadas me sentí muy tranquilo y cómodo en el campo, Es lo que más me gustó en Augusta, que no me puse nervioso en ningún momento. Confié siempre en mis posibilidades incluso en los peores momentos después de dos bogeys seguidos. Reaccioné bien», comenta Sergio, al que ni siquiera le pudo la ansiedad cuando ya veía muy cerca el Masters. «Estaba con ganas de acabarlo, pero muy tranquilo», recalca.

Después, tras embocar el birdie ganador en el desempate con Justin Rose, se desbordó la emoción. «No soy mucho de llorar, pero alguna que otra lágrima sí que cayó», reconoce Sergio, que se derrumbó de rodillas sobre el césped de Augusta, «más que nada por el cansancio de la pelea».

SEVE EN EL RECUERDO / Ya con el trofeo del Masters en sus manos, Sergio dirigió una mirada al cielo, «acordándome de Severiano». «Era su cumpleaños y siempre es bonito acordarse que quien ha sido tu ídolo, junto con Olazábal». Un homenaje del digno sucesor del cántabro, el pionero de los éxitos españoles en el Masters.