Sentado en el banquillo, con la cabeza gacha y con las manos en la cara. Marcelino no quería mirar. La alegría y la confirmación de una racha dependían de los once metros a pocos segundos del final y con el tiempo de descuento agotado. Pero dependía de Bruno. Cuando levantó la cabeza y empujado por la pasión saltó como un resorte al área técnica, seguramente el entrenador vio la sonrisa del de Artana. Otra vez Bruno. Un premio colectivo a la constancia del trabajo, a la lucha hasta el final y al no contentarse con el empate, es decir, compitiendo y aprovechando los errores de los competidores.

El Villarreal suma cinco victorias seguidas en Liga y es el único equipo que aguanta el pulso a los transatlánticos de la Liga. Ayer se ganó en el fortín de Riazor, a pesar del temporal que azotaba la cornisa gallega. Marcelino desde hace tres jornadas no tiene que calentarse la cabeza con aquello de no envié mis naves a luchar contra los elementos, que, en su caso, podía cambiarse por la lucha contra las lesiones.

El once del Villarreal casi se nombra de memoria. Las rotaciones son las justas y en el banquillo hay más alternativas. Y eso que la enfermería aún tiene inquilinos. No fue el partido más brillante, pero las rachas buenas hay que aprovecharlas y la victoria de ayer debe alimentar la confianza, la fe y la autoestima. Disfruten del momento, porque se vienen muchas emociones. H