Desde que Novak Djokovic fue expulsado del Abierto de Estados Unidos más improbable y anómalo, el primer grande organizado en la era del coronavirus y marcado de antemano por las ausencias de Rafael Nadal y Roger Federer, se sabía que un nuevo nombre se sumaría al de campeones de Grand Slam por primera vez en seis años. Con Dominic Thiem y Alexander Zverev clasificados para la final en la burbuja de Flushing Meadows, solo faltaba saber cuál sería. El suspense se ha vuelto auténtico thriller en la final de Nueva York este domingo, un partido que ha llegado a cinco sets y un definitivo tie break de infarto. Pero ha acabado siendo Thiem, número 3 del mundo y favorito, quien se ha apuntado el triunfo con 2-6, 4-6, 6-4, 6-3 y 7-6 (8-6) tras cuatro horas y un minuto de juego; quien tras años persiguiéndolo y trabajando para ello por fin ha conseguido hacerse grande.

Con el tenista de 27 años debuta finalmente en el palmarés tan copado durante tres lustros por los tres grandes un tenista nacido en los años 90. Con él Austria tiene su primer campeón neoyorquino. Y al cuarto intento, tras verse frenado dos veces en Roland Garros por Nadal y una en Australia por Nole, Thiem paladea la gloria que tanto se había anticipado en su destino.

Una remontada histórica

Llegar a saborearla no fue fácil con su amigo 'Sacha' Zverev al otro lado de la red. Porque fue el alemán de 23 años, tan brillante como a menudo irregular, quien encontró la vía firme y la consistencia en las dos primeras mangas, que se apuntó con contundencia. Pero Thiem, ajeno a los malos augurios de la historia de 71 años en que nadie en su situación había logrado acabar ganando un Abierto estadounidense, empezó su remontada.

Ganó la tercera manga. Y la cuarta. Y en la quinta, no apta para cardíacos, con Zverev sirviendo para ganar con el 5-3 y luego Thiem haciéndolo en el 6-5, era de justicia llegar al tie break.

A esas alturas Thiem cojeaba, visiblemente. Pero sacó la fuerza de la experiencia, de su tenis. Y cuando una pelota demasiado larga de Zverev le dió el punto de partido, cayó emocionado al cemento azul de Arthur Ashe, primero con su cuerpo extendido en un aspa, luego con las manos en la cara, sabedor de que por fin la meta tan ansiada había sido alcanzada.

Después, sin distancia social entre ellos, Sacha cruzó al lado del vencedor, hicieron un trabajado saludo de manos y se abrazaron. Y luego Thiem, mientras esperaba la ceremonia de entrega de trofeos, rió, incontrolablemente. Y en cada sonrisa, en cada una de las chispas de sus ojos, estaba la expresión de un triunfo que va mucho más allá de los tres millones de dólares que se lleva como ganador.