Geraint Thomas, de quien no hay que olvidar que lleva el dorsal número uno en la espalda porque hace un año ganó en París, se ha pasado toda la temporada cuestionado. Se le decía si había tenido un Tour de inspiración y poco más. Hasta veía que Chris Froome mantenía los galones de general en su equipo y que a él le iba a tocar vestirse con el mono de trabajo para conducir, una vez más, a su compañero a lo más alto de podio.

Por si fuera poco, cuando se cayó Froome, las miradas se dirigieron a otro compañero del Ineos, Egan Bernal, a quienes algunos ya lo daban como vencedor en París cuando todavía el Tour no había arrancado en Bruselas. Y llegó la Planche de les Belles Filles, tal vez una etapa algo desperdiciada porque siempre hay miedo, porque en el ciclismo contemporáneo se calcula demasiado y porque un ataque, aunque no tuviera éxito, como el de Mikel Landa, ya se considera una ofensiva lejana. Y en la Planche, Thomas se reivindicó. Lo hizo allí donde todos se retorcían. No para reventar la carrera, ni mucho menos, sino para ser el primero de los favoritos que cruzaba la meta.

EL DÍA DE LOS MODESTOS / Triunfaron los modestos, los que resistieron en una fuga consentida, que el pelotón perdió en el horizonte. Etapa para el belga Dylan Teuns y liderato, por solo 6 segundos, para el italiano Giulio Ciccone, el ciclista que ganó la etapa del Mortirolo y la montaña del Giro. Un escalador de garantías.

REIVINDICACIÓN / Las figuras se miraron las caras, observaron las muecas, escucharon las respiraciones y se dieron cuenta de que todavía, con solo cinco etapas, las fuerzas están igualadas por mucho que Landa buscase una fuga imposible o que Pinot se pusiera nervioso, mientras su rival local, Bardet, era quien más sufría y quien más tiempo cedía (1.09 minutos a Thomas) entre los señores del Tour. Y entonces, fue cuando Thomas arrancó a la estela de Alaphilippe para apagar el sonido de la alarma que le preocupaba toda la temporada Lo justo para reivindicarse, viéndose tan fuerte como el año pasado.