Hagan juego, señores. Ya no quedan días como ayer en los que una nube rebelde remojó al pelotón a mitad de la etapa como si fuera una bendición, un baño de placer para quitarse de encima, aunque fuera sin jabón, la lacra del sudor en otra jornada de calor, alegrada por el canto de las cigarras provenzales. El Tour entra a partir de hoy en erupción. La ruleta de las montañas, en los Alpes, empieza a girar para otorgar el jersey amarillo que pasea Julian Alaphilippe pero que, ni mucho menos, tiene amarrado en una cordillera alpina que se presenta muy intensa, complicada y más exigente que la pirenaica superada la semana pasada.

Ya no queda otra que jugársela en los Alpes con una general abierta y en la que hasta siete ciclistas, contando a Mikel Landa, pueden golpear, con premio indistinto, a Alaphilippe, y con una Francia que confía en que si tiene que cambiar la prenda amarilla de propietario que vaya a las espaldas de Thibaut Pinot.

El Tour atravesó ayer la Provenza, quizá una de las zonas más ricas en paisajes de Francia, con sus aromas, con sus vinos y sus pueblos. Pero, aunque pudiera parecer lo contrario, aunque el pelotón llegó a Gap a 20 minutos de una férrea escapada donde estaba el italiano Matteo Trentin, campeón de Europa y supercazador de etapas, la apatía de las figuras tampoco permitió el turismo ya que todos estaban pensativos por lo que les espera entre hoy, mañana y el sábado. Llegan los salvajes Alpes con una guerra que se inicia en el Izoard, y que continúa luego en el Galibier, tal vez la cima alpina más legendaria de la ronda francesa.