Ni somos amigos ni se acordará de mí, pero tengo ganas de ensalzar la figura de un ejemplo de cómo se puede ser entrenador en la élite sin perder la perspectiva de que estar en lo más alto del fútbol no te convierte en alguien superior a los demás. Hablo del actual técnico del FC Barcelona Ernesto Valverde, el Txingurri.

Recuerdo la primera vez que hablé con él. Fue en la temporada 2008/09, cuando entrenaba al Olympiacos griego. El Villarreal CF se medía al eterno rival ateniense, el Panathinaikos, en octavos de final de la Champions, y pensamos en él para que nos hiciera una radiografía del rival groguet. Valverde fue todo comodidades. Le escribí un mensaje y me dijo: «Llámame en cinco minutos». Recuerdo una conversación fluida, de un futbolero, de alguien que rehusaba a tirar de tópicos. Estuvimos más de media hora y no hacía amagos de colgar y eso que era el míster del líder de la Superliga griega, que ese año ganó por primera vez.

Al terminar recuerdo que le dije: «Por aquí se tiene muy buen concepto de ti». Y me respondió: «Pues recomiéndame». Casualidades de la vida, la siguiente campaña fue fichado por el Villarreal, donde la verdad no tuvo suerte.

Solo puedo hablar maravillas de su forma de ser. Cordial. Un apagafuegos: conflicto catalán, fichajes, críticas a su juego, e incluso le ha echado un cable públicamente a Zidane... y nunca una mala palabra. Un entrenador que es persona dentro y fuera del campo, y con y sin micrófono.