Viene el Villarreal de disputar dos partidos de local que no han sido precisamente como para salir del campo salivando de satisfacción. Difícil está apostar por quién lo hizo peor, si los titulares el domingo o los suplentes el miércoles. Pero extraña el ambiente plomizo que se vivió en las dos fechas; no hay debate entre quién tiene que animar, si el equipo a la grada o viceversa.

Pero de ahí a que se oiga algún silbido un día y bastantes pitos tres días después hacia un equipo por el que hoy se cambiarían otros 16 de Primera hay un trecho. En vez de insuflarse ánimo mutuamente, pareció que jugadores y graderío se retroalimentaban cierta abulia. Lo más triste que uno podía echarse a la cara eran las tediosas peroratas del Congreso.

Ahora que el hemiciclo se ha convertido en un lugar marchoso y parrandero, con banda de música, bicicletas, rastas y bebes que no se pierden detalle, no puede ser que el feudo de un equipo modesto que está en Champions sea un velorio. Urge un pacto equipo-grada; recuerden que por mayoría bullanguera absoluta se venció en El Madrigal a los Atlético de Madrid, Real Madrid, Valencia, Sevilla, Athletic… H