El Barça ya no juega contra sí mismo, contra el recuerdo de lo que era hace cuatro días y que de repente ha desaparecido, en un fenómeno paranormal ante el que cuesta encontrar explicaciones. Ayer el Barça también jugó contra un enemigo invisible, una mano desconocida que decidió hacerle la vida más difícil, como si no hubiera sufrido bastante, y le condenó a un tormento terrible, demasiado cruel para un equipo que no lo merecía. Esta vez, el Barça jugó para ganar, pero acabó perdiendo un partido (1-2) en el que se dejó el alma y la vida. Un partido que provocó una sensación inquietante, como si el Barça fuera víctima de un maleficio, un hechizo que le ha bloqueado y que alcanzó al Camp Nou. Ahora, hay pánico a perder una Liga que se daba por ganada.

La imagen final de los jugadores cabizbajos, derrotados anímicamente, desfondados, sin una gota de aire, preguntándose qué demonios está pasando, dibuja la desesperación de un equipo que marchaba hacia el triplete, contando 39 partidos sin perder, y que hoy es un alma en pena tras tres derrotas seguidas, destronado en Europa y con la Liga en peligro. A diferencia de la Champions, anoche no hay mucho que reprocharle. Tuvo toda la determinación que le faltó ante el Atlético, un sinfín de ocasiones que no hubo manera de rematar. La última, con Piqué solo ante el portero, retrató esa fatalidad.

La pizarra de Luis Enrique daba una idea de lo que estaba en juego. El once de gala salvo Alves. El once que vale para todo desde Berlín. En apenas seis minutos, remató más veces que en el Calderón y Anoeta, Una ocasión detrás de otra. Messi, Neymar, Suárez, y Diego Alves sacando manos, que siguió sacando hasta el último minuto prolongando el martirio azulgrana. Un equipo que contaba los goles a pares, con el tridente más allá de los 100, y que, de repente, no marca ni a tiros. Todo parecía tan distinto que nadie podía imaginar un guión como el que siguió, una trama tan perversa, cruel y dramática. La victoria del Valencia. H