En su novela Retrato del futbolista adolescente (Periférica), el escritor Valentín Roma pasa revista a sus años como prometedora figura de los equipos inferiores del Atlético de Madrid, club con el que ganó la Copa del Rey juvenil a finales de los 80, llegando a firmar un contrato profesional.

En uno de los pasajes, Roma describe su perplejidad e impotencia cada vez que alguien que no pertenecía a la plantilla opinaba sobre las cosas que supuestamente ocurrían en el vestuario: «Yo odiaba hablar de fútbol con alguien ajeno al ámbito deportivo, ya que explicaban ridículas leyendas y datos ficticios».

Es un sentimiento que probablemente han compartido estos días los jugadores y técnicos del Barcelona al verse protagonistas de todo tipo de rumores y especulaciones después de Anfield.

Interpretar el estado anímico de los futbolistas de Ernesto Valverde (y del propio entrenador), calibrar sus niveles de compromiso y aventurar sus reacciones ante cada noticia aparecida se ha convertido en las últimas semanas en un ejercicio periodístico tan extendido como estéril.

Anclar a la plantilla azulgrana a la tierra en medio del ciclón desatado por el fiasco de Liverpool ha sido una de las preocupaciones de Valverde cara a la final de la Copa del Rey ante el Valencia el sábado en el Benito Villamarín (21.00 horas).

En caso de victoria, no servirá para curar la herida de la Champions pero sí permitirá pasar página en un clima de cierta bonanza (sin excesos: que nadie espere una rúa por el doblete). Ahora bien, en caso de derrota empezará sin duda a diluviar de nuevo sobre el Camp Nou, por más que Bartomeu haya garantizado la continuidad del técnico.