La bandera de Colombia ondeaba rebelde junto al autobús del Movistar, aparcado a unos 200 metros de la meta de Montpellier que Peter Sagan cruzó en primera posición. Pero todos los ojos se fijaron más en el corredor que lo hizo en segundo lugar, Chris Froome, valiente, atento y al ataque, sin un descuido, tal cual en el descenso del Peyresourde, para arañar 12 segundos más (bonificación incluida) a Nairo Quintana.

Doscientos aficionados colombianos desafiaban al fuerte viento con sus gargantas y chillaban felices, para que Quintana, en el interior del autocar del conjunto telefónico, escuchase el himno de su país, un ánimo para que no se sintiese abatido tras perder un segundo asalto, un ligero toque en la barbilla, en su duelo particular con Froome.

EL TEMOR MATINAL

Miedo en las caras (en la salida de Carcasona, a veces con sol, otras con lluvia pero siempre con viento). Cuando sopla el mistral, desde el Languedoc a la Provenza, no es razonable ir en bici; el viento es racheado, siempre de espaldas, pero, de repente, cambia la dirección y llega de costado. Y es entonces cuando salta la alarma, cuando el pelotón se corta, cuando los que van menos atentos y con menor suerte se caen (como el francés Thibaut Pinot) y cuando es necesario llevar encendidos en la cabeza todos los programas informáticos del cuerpo, ni un circuito apagado, porque en cualquier repecho, curva o, peor todavía, recta de las que se pierden en el horizonte, se puede organizar el zafarrancho de combate.

"Era mi peor etapa y debo pensar que, pese a los segundos que ha arañado Froome, la lectura es positiva. No me he caído porque el recorrido era muy peligrosa para los ciclistas". Nairo habla y apenas se le escucha con los suyos emocionados. "¡Los periodistas están aquí por interés y nosotros por amor!", le gritan. Quintana los saluda, mientras Froome recoge el jersey amarillo en el podio del Tour.

Quedaban 12 kilómetros y a Fabian Cancellara le dio por divertirse. Fue el primero que trató de cortar al pelotón, pero su fogonazo lo dejó tocado y su bici rezagada se encontró en la dirección de la de Quintana. En pocos segundos, el corredor colombiano se vio relegado al fondo del paquete, de un pelotón del que ya se había cortado, entre otros, Purito que cedió un minuto en meta.

Froome, por si acaso, siempre por si acaso, rodaba al frente, con la cabeza agachada, como suele ir, en un estilo no demasiado elegante pero sumamente eficaz. Y como el general que sabe donde están todos sus soldados y los rivales, descubrió a su lado a su compañero galés Geraint Thomas, justo en el instante en el que Sagan y su gregario polaco Meciej Bodmar (al corredor eslovaco le salen más ayudantes en el Tinkoff que a su jefe de filas ya retirado Alberto Contador) cortaban al pelotón. Cuatro delante, uno de ellos el jersey amarillo, y el resto detrás para dar colorido al día y desafiar al viento y para que Quintana se sintiera otro día más inmerso en el cuerpo de Raymond Poulidor que en el de Jacques Anquetil, más Claudio Chiappucci que Miguel Induráin.

Se dirá que resulta raro que Froome haya atacado más bajando y en el llano que subiendo montañas y que quizá lo haya hecho porque escalando se siente menos fuerte que Quintana. Y hasta resulta extraño que desgastase fuerza y coraje en la jornada previa al Ventouxy dos días antes de una ‘crono’ de 37,5 kilómetros donde necesita azotar a Quintana para rodar menos nervioso por los Alpes.

Y en esta faceta hasta cabe pensar que el mistral, el viento dePetrarca (al pie del Ventoux pasó su juventud exiliado) y el que despertaba el don artístico de Vincent van Gogh, sopla a favor de Froome, sabedor que Quintana se encomendaba al ‘Gigante de Provenza’ para llegar más tranquilo a la contrarreloj del viernes. Con rachas de 100 kilómetros por hora, de las que tumban bicis y corredores, la subida al Ventoux se recorta seis kilómetros, los más duros. El mistral no sopla a favor de Colombia ni del Movistar.