Instalado en un privilegiado cuarto puesto, para el Villarreal la Liga es un rio tranquilo, nada que ver con el desasosiego que viven en otros lares. Disputado medio torneo, el tanatorio no da abasto; hasta cinco cadáveres embalsamados; el último, Rafa Benítez, cuya ejecución confirmó Florentino Pérez, a quien Dios no llamó por el camino de la oratoria, leyendo un escueto responso. Antes fueron liquidados Paco Herrera, Lucas Alcaraz, Sergio, y David Moyes. Al partido de hoy llega Abelardo muy cuestionado, e igual no llega Pepe Mel al próximo porque la afición del Betis pide su cabeza. Todos peleados y al borde de la ruptura, como si Artur Mas hubiera intentado pactar con ellos, que ya se sabe que donde intenta pactar el astuto no vuelve a crecer la hierba.

Así es este devastador fútbol español, trufado de dirigentes a los que se les llena la boca de halagos en la presentación de los técnicos y que luego firman rápido la defunción. En el Villarreal se vive mucha paz, lejos de ese mundanal ruido. Hasta el buen tiempo invita a ir a El Madrigal en chanclas con exóticos calcetines a juego, como los alemanes que viven la paz de sus retiros en estanques dorados. Y a disfrutar del fútbol. H