En las alturas de las curvas del estadio del Nápoles se adora, se venera y se recuerda permanentemente a su astro-Dios: Maradona. A pie de campo, Sarri esperaba desde la semana pasada la providencia de todo el San Paolo para convertirlo, una noche más, en un infierno. Y quién sabe si alguna se encomendaría a un milagro del patrón de Nápoles, San Gennaro.

Y entre el cielo del Dios argentino, el infierno del campo y el esperado milagro, sobre el césped, el Villarreal. Un equipo terrenal que anoche logró una gesta en un campo mítico y, hasta ayer, siempre adverso. Con los pies en el suelo, el Villarreal demostró lo que hay que demostrar en Europa: sufrimiento y trabajo en los momentos de dudas, e inteligencia para jugar una eliminatoria contra un grande hasta asestar el golpe definitivo en el momento justo. ¡Y qué golpe! Un hombre terrenal, Pina, al que siempre se le destaca por su trabajo o por añadirle aquello de aportar músculo, puso, con más o menos intención, la dosis de magia necesaria a la noche. Su gol, quizá, no tendrá mil calificativos en los medios fuera de los límites de nuestra provincia o de los límites de la pasión grogueta. Lo mismo que le pasa a Areola, un enorme portero que pasa desapercibido en los grandes titulares mesetarios. Sus apariciones también rozaron el milagro.

El resumen, la sonrisa contenida de Marcelino, mientras la plantilla saludaba a la afición en San Paolo. El Villarreal, sin liturgias celestiales ni amenazas del averno, demostró en Europa lo que es: un equipo y una plantilla comprometida. H