Paseo militar de los Warriors en Cleveland y tercer título de la NBA en cuatro años. Golden State cerró anoche con apabullante autoridad la que había sido una temporada incierta y repleta de altibajos, con 24 derrotas durante la liga regular. Un nuevo anillo que sirve para confirmar la completa transformación en los últimos años de la que había sido una franquicia modesta, sin un solo título desde 1975, ya por entonces asentada en la Bahía de San Francisco, tras abandonar su hogar fundacional en Filadelfia. Como antes sucedió con los Celtics, los Bulls o los Lakers, esta es la era de los Warriors, un equipo en toda la dimensión de la palabra, con tiro para desarmar al fortín más sólido y una defensa para ahogar hasta el mejor jugador del mundo. Como dice el viejo aforismo, repetido ayer por los comentaristas de ABC, “ganar requiere talento, repetirlo requiere carácter”.

Y eso es lo que le imprimen a los Warriors Stephen Curry y Kevin Durant, elegido por segundo año consecutivo MVP de las finales de la NBA. Cuando uno duerme, el otro vuela y, aunque han tenido delante a los Cleveland Cavaliers del estratosférico LeBron James en los últimos cuatro años, le han ganado en tres. Parcial de 8 a 1 en estas dos últimas finales. En esta, los Cavs han caído sin una sola victoria. Se les escapó el primer encuentro en la prórroga y desde entonces todo ha sido un querer y no poder, incapaces de sortear el tercer cuarto mágico de los californianos, su defensa de mordisco y su artillería aérea detrás de la línea de tres.

Desfondados y frustrados

En este cuarto envite de la serie solo aguantaron la primera mitad. Acabaron desfondados, frustrados y desaparecidos con una paliza ante su público que en algún momento llegó a abuchearles tímidamente. Al final 85-108. De poder, se hubieran ahorrado el último trecho, un vía crucis con mantillas y flagelo. Una imagen sintetiza su derrota: la del gran LeBron saludando con el puño a compañeros y rivales antes de sentarse definitivamente en el banquillo a cuatro minutos del final. Lo hizo con gesto inexpresivo, de gigante hierático, pero con el público en pie pese a su desastroso partido, el peor de la serie, porque posiblemente será el último con la camiseta negra de los Cavs. A sus 33 años, pasa a ser agente libre. Queda en el mercado y es probable que abandone Cleveland.

Sus 23 puntos, ocho asistencias y siete rebotes no sirven para maquillar su noche. Huyó del cuerpo a cuerpo, perdió balones, tiró poco y nunca sacó el orgullo del caballo herido. “Esta ha sido una de las temporadas más exigentes de mi carrera”, dijo después en la sala de prensa, antes de añadir que esencialmente ha jugado los últimos tres encuentros con “una mano rota”. En el banquillo de los Warriors todo fue muy diferente. Curry estuvo apoteósico con 37 puntos, que sumados a los 20 de Durant y los 11 del veterano Iguolada rompieron a los de casa. El esfuerzo, en cualquier caso, fue colectivo. Siempre dominaron bajo los aros, marcaron el ritmo y derrocharon la pasión que les faltó a los locales.

Curry metió triples imposibles y le hizo un marcaje desesperante a Le Bron. Acabó bañándose con champán en el vestuario y paseándose con un puro en la boca. Muchos pensaron que el MVP debería haber ido para él, aunque su intermitencia en distintos momentos de la final quizás se lo acabó quitando. Durant ha sido extraordinariamente efectivo y ha estado ahí cuando el equipo le ha necesitado. Con este tercer triunfo en cuatro años, ya se habla del ciclo de los Warriors, el equipo con más carácter y repertorio de la liga.