Thomas Piketty y China muestran que pocas parejas sobreviven a la verdad. El país nominalmente socialista miraba arrobado al economista desde que desnudó las vergüenzas sistémicas del capitalismo. Pero después de que Pekín apoyara la superioridad de su sistema en el best-seller El capital en el siglo XXI , Piketty ha concluido que su traslación a la práctica no arroja diferencias notables. Fin del romance.

Es improbable que su nuevo libro, Capital e Ideología , sea publicado en China. La editora Citic Press, una de las mayores del país, le ha solicitado que elimine la decena de páginas sobre China. Otras candidatas le han planteado exigencias similares. Cuesta sorprenderse: China suprime los pasajes indigestos de lo más parecido a una estrella del rock de la economía como afeitó las canciones más lascivas del repertorio de los Rolling Stones antes de permitir sus conciertos. Pero, allá donde Mick Jagger y compañía tragaron, Piketty se ha plantado. «He rechazado esas condiciones, así que parece que el libro no será publicado en China», ha revelado al diario hongkonés South China Morning Post . Su nueva obra, ha aclarado desde Twitter, ofrece «una perspectiva crítica pero constructiva sobre la desigualdad y sus hipocresías en China pero también en EEUU, Europa, India, Brasil, Oriente Próximo…». «Es lamentable que el socialismo con características chinas de Xi Jinping se aleje del debate abierto», ha lamentado con candidez.

Piketty escribe que sufre una desigualdad social solo ligeramente menor a EEUU y mayor que la europea y que, según sus datos, el 10% de su población ha pasado en 30 años de acaparar la mitad de la riqueza nacional al 70% actual. Añade que Pekín aún tiene que demostrar la superioridad de su sistema frente al occidental. Juzga que los desastres comunistas han eclipsado a los causados por la esclavitud y el colonialismo y se sorprende de que las sociedades poscomunistas abanderen el hipercapitalismo más descarnado. Subraya las dudas sobre las estadísticas oficiales de riqueza o fuga de capitales. Y se sorprende de que China carezca de un impuesto de sucesiones para los que más se han beneficiado del milagro económico. «A principios del siglo XXI nos encontramos ante la enorme paradoja de que un millonario asiático que pretenda pasar su fortuna a sus hijos sin pagar debería trasladarse a la China comunista», concluye.

Sobre las desigualdades en China se han escrito millones de páginas, la urgencia por rebajarlas ocupa el centro del discurso oficial y Occidente ha anunciado durante años el inmediato colapso social aludiendo al coeficiente Gini. Lo cierto es que se asumieron desde la apertura. Deng Xiaoping advirtió de que algunos se enriquecerían antes y que estimularían al resto. Jiang Zemin concentró los recursos en las ciudades porque juzgaba que los destinados a las zonas rurales eran malgastados. Con Hu Jintao llegó el giro hacia las políticas sociales y Xi Jinping pretende anunciar el año próximo la erradicación de la pobreza. Será la «sociedad moderadamente acomodada», que da por descontadas las inevitables brechas económicas en un vasto país con modernas megalópolis como Shanghái y atrasadas provincias del interior, pero que asegura unos mínimos vitales para todos.

¿Por qué censurar, entonces, un conjunto de conclusiones? Las críticas llegan del que Pekín creía un aliado en la guerra ideológica. Su anterior libro ha sido elogiado por Xi Jinping en varias ocasiones. El presidente se apoyó en el debate global que había desencadenado Piketty para sentar que «el capitalismo desenfrenado ha exacerbado la desigualdad de la riqueza y seguirá deteriorándose». Fue durante un discurso oficial en el que defendía la vigencia marxista frente a la fórmula liberal: «Los hechos muestran que la contradicción inherente entre la socialización de la producción y la posesión privada de sus medios aún existe en el capitalismo… después de la crisis financiera, muchos académicos han revisitado la teoría marxista para reflejar los defectos del capitalismo», sentó.

La última obra de Piketty sostiene que tampoco del brazo de Marx se evitan las desigualdades sociales. Su prohibición carecerá de más efectos que la probable desaparición del francés de los discursos del despechado Xi . H