Diez años después del hundimiento de la economía mundial, es momento para volver la vista atrás. Y eso es lo que hace el Fondo Monetario Internacional en su último informe sobre la estabilidad financiera global. «¿Somos más seguros?», se pregunta en el encabezamiento. La respuesta es un «sí» con muchos matices. Sus economistas afirman que los bancos están mejor capitalizados, tienen más liquidez y ha mejorado la supervisión con las pruebas de estrés. Pero también reconocen que la nueva arquitectura no ha sido todavía puesta a prueba y que el paisaje a su alrededor ha empeorado. Hay más desigualdad, no se han repartido los beneficios de la recuperación y ha aumentado la desconfianza hacia las instituciones multilaterales.

Podría argumentarse que las políticas del FMI en algunos países son directamente responsables de los descosidos de este nuevo mundo surgido de la montaña de cenizas. Descosidos que no son nuevos, pero que las políticas de austeridad en países como Grecia o Reino Unido han exacerbado. Pero el Fondo tampoco hace esta vez examen de conciencia. Presenta su análisis como un observador distante. «El sistema bancario se ha reforzado, pero han surgido nuevas vulnerabilidades y la resistencia del sistema financiero global todavía no se ha puesto a prueba», dice el informe presentado en Indonesia, donde el organismo internacional celebra su reunión de otoño.

El foco de sus desvelos está ahora en los mercados emergentes, que han sido en los últimos años el motor de la economía mundial ante el pírrico crecimiento de las economías avanzadas, atenazadas por el envejecimiento de la población y los legados de la crisis. «La subida de los tipos de interés en EE UU, la fortaleza del dólar y el agravamiento de las tensiones comerciales han acentuado las presiones sobre sus mercados y han provocado salidas de capital en algunas economías emergentes», dice el La bomba que espera agazapada es la deuda pública y privada no financiera, que ha alcanzado récords históricos, el 225% del PIB mundial.