Mañana empiezan el foro anual de Davos (Suiza), como cada final de enero desde hace 46 años. Acuden al mítico balneario 2.500 personas con la etiqueta de líderes mundiales en su especialidad, sea la política, las finanzas, la ciencia o la economía. Por más que se quiera negar tanta acumulación de saber y poder a 1.500 metros sobre el nivel del mar, la afirmación es cierta. Allí están no solo los que mandan sino los que les instruyen sobre cómo hacerlo. Por eso hay tanto afán de los gabinetes de comunicación de los asistentes en que se sepa que están ahí.

Desde hace tres años, los organizadores han conseguido marcar la agenda de la reunión proponiendo eslóganes de la convocatoria para centrar los debates y el mensaje que quieren consolidar. Este año se propone la Cuarta revolución industrial y sus efectos. Aluden a la aparición de tecnologías impensables hasta hace poco, sus apliaciones inmediatas y, sobre todo el descontrol sobre su dominio. El símbolo son los drones. Otra demostración de la potencia de la convocatoria anual en la tópica Montaña Mágica.

Davos ha conseguido acuñar una marca propia de dimensiones colosales. Se hace llamar, y así lo reproducen los medios, el World Economic Forum (WEF), un foro económico mundial. No deciden, pero acumulan poder y relaciones por encima de la ONU. El veterano profesor alemán Klaus Schwab (77 años), un gran componedor internacional desde hace décadas, ideador del WEF, volverá a reunir las mejores élites mundiales, como cada año. ¿Éxito? Más que discutible si se buscan efectos de los encuentros conocidos (políticos peleados de todo el orbe que se encuentran allí presionados por el potente lobi afincado en Suiza). Este año se espera, y no van, representantes de Corea del Norte. Pero en años anteriores, y mucho antes de la buena nueva de estos días, también se podrá encontrar a iraníes, venezolanos, chinos o tibetanos en busca de un diálogo imposible en sus fronteras inmediatas.

Otra cosa es la economía mundial y la capacidad de Davos, como sus influyentes voceros se encargan de proclamar a lo largo del año (y sobre todo a finales, para garantizar la expectativa) de que es ahí donde se decide lo que va a ocurrir los próximos meses y años. Por partes. A corto plazo, Davos apenas acierta. El récord de sonrojo es enero del 2007: la caravana de predicadores del triunfo del capitalismo financiero se paseó como nunca por las cumbre nevadas organizando fiestas memorables. Seis meses después, se inició en EEUU la crisis de las hipotecas a familias insolventes.

CAMBIO DE ORIENTACIÓN

¿Ocaso de Davos y sus profecías? No. Rectifiacción de sus organizadores. Nada de inmediatez, tendencias a largo plazo. Y ahí sí que acertaron como pocos, no en vano el WEF cuenta con los mejores economistas del planeta dispuesto a proporcionar sus mejores investigaciones. Hace tres años, en Davos-2013 se proclamó el final de la crisis financiera (y el capitalismo imperante quedaba indemne), se felicitaron de que el BCE salvara a los países más perjudicados de la UE, con críticas a su excesiva bondad (¡menudo descaro!), y con dos anticipos de distinto cumplimiento. Uno, que Asia y África -ya no entonces, Sudamérica—tenían futuro; y dos, que la recuperación en ciernes no comportaría la reducción del paro. Ésta última previsión se ha cumplido con creces.

Schwab y sus asesores, no obstante, cambiaron de estrategia a partir del año siguiente. La cumbre de Davos recuperaba el largo plazo, las propuestas sobre el futuro de la economia mundial. Y fue en el 2014 cuando apareció un lema de la reunión que parecía un reconocimiento de los estragos de los años anteriores. Crecimiento, desigualdad, reequlibrio fue el mejor diagnóstico de lo que había sucedido y lo que venía después. La desigualdad ya está en todas las agendas políticas. El reequilibrio (programas de choque, lo llaman los menos ambiciosos), solo en una parte de los gobernantes. Parecía que Davos reaccionaba… en defensa propia. Al año siguiente, 2015, se siguió con la tendencia de lemas de trabajo que podían acumular adhesiones variadas: Geopolítica, multipolaridad, desconfianza. De fondo, y atención porque apenas de difundió, la lucha por los recursos naturales, desde el agua hasta los minerales de nombres estrambóticos (itrio, neodimio, europio, terbio, disprosio) que eran imprescindibles para liderar la frabricación de productos tecnológicos de nueva generación.

Este año Davos ha eliminado cualquier atisbo de preocupación sobre los desequilibrios económicos (pese al contundente informe de Intermón/Oxfam conocido ayer), geopolíticos o de mala vecindad. Desde mañana se consagra un nuevo concepto, la cuarta revolución industrial. Y claro, la pregunta es ¿cuáles son las otras tres? Pues las que establecen los sabios economistas que asesoran al WEF, con sus fechas. La primera, en 1784, la mecánica. La segunda, en 1870, la división del trabajo, la electricidad y la producción en masa. La tercera, en 1969, la electrónica y la automotización. Y la cuarta, sin fecha: la cibernética y los fisical systems. Comprender cómo la era digital cambia nuestras vidas en todas sus facetas, simbolizada por un dron sobrevolando las cumbres nevadas (este año, poco) de Davos.

¿Conclusiones? No serán inmediatas, porque ese no es el espíritu de Davos. Se filtran, se dejan reposar y con el tiempo se adivina que la anticipación era acertada.