Esteban Hernández se propuso entender lo que ocurre en este preciso instante. A saber, el porqué de la inseguridad laboral, económica, social, política y hasta ontológica. Escarbó -mucho y con rigor- y volcó el producto de su investigación en 'Los límites del deseo. Instrucciones de uso del capitalismo del siglo XXI' (Clave Intelectual), un análisis clínico -cero emociones- de la realidad que sirve para no tragar los sapos que venden los expertos y los que mandan.

¿Qué está pasando? Vamos sobre un tren cuyo conductor se ha vuelto loco. Y acelera.

¿Descarrilaremos? Los informes que llegan de Davos, de los foros tecnológicos y de los ámbitos de inversión ven inevitable la destrucción de empleo por la automatización y la robotización. Una destrucción, prevén, que no solo afectará a los trabajos manuales y a los conductores de taxis y camiones, sino también a médicos, abogados y hasta algún CEO.

¿Nos lo creemos? Lo ponemos entre paréntesis. En todo caso, están invirtiendo tiempo y dinero como para pensar que tiene algún viso de realidad. Eso nos situaría en un mundo en el que sobrarán seres humanos. Falta saber en qué grado.

¿Qué harán los 'sobrantes'? La renta básica sería una opción, pero no una solución. Las desigualdades, que ya han aumentado y, por tanto, las prestaciones sociales, irán a más. Será complicado de manejar y las tensiones en los grandes núcleos urbanos se producirían inevitablemente. Este es el panorama que se vislumbra si seguimos acelerando.

¿La fragua del infierno es Silicon Valley? En Silicon Valley tienen la convicción absoluta de que el humano es un ser lleno de imperfecciones y que puede ser mejorado de manera radical por la ciencia, la tecnología y las máquinas. Piensan que, en la medida en que tomemos decisiones a través de los datos, llegaremos a ser más felices.

¿Cómo exactamente? Tú vas a votar y luego piensas que te has equivocado, o te casas y resulta que la relación fracasa. Ellos dicen que, como somos un cúmulo de datos, y los datos se pueden medir, almacenar y cruzar, a través de un algoritmo obtienes la mejor solución. La máquina te dirá a quién debes votar, o qué tipo de pareja te conviene si quieres una relación a largo plazo. Así, en casi todo. No parece un mundo muy habitable, ¿no?

No parece, no. E insisten en que las personas se dividen en las que tienen talento y las que no, las que saben adaptarse y las que no, las que se han quedado ancladas en el pasado y las que miran al futuro. Eso explicaría por qué a unos les va bien y a otros les va mal. ¡Es una idea falsa!

¿Cuál es la verdadera? Los que triunfan siguen triunfando por su origen social. Cualquiera puede tener una buena idea, el problema es que para ponerla en marcha y distribuirla hace falta capital. Y lo peor es que el que sabe hacer las cosas acaba subordinado al que sabe gestionarlas. Hoy el talento es saber cómo conseguir el dinero.

Eso deja fuera a una mayoría. Lo malo del mundo del futuro es que se va a parecer demasiado al mundo del pasado.

¿A qué trozo del pasado? Al de finales del siglo XIX, donde los orígenes sociales determinaban el futuro del individuo. Se han acabado los años en los que los hijos de la clase media podían ir a la universidad y ascender. Un dato actual: la mayoría de actores de Reino Unido son de clase alta. Tienen los recursos y la agenda para aguantar en un mundo que hoy te contrata y mañana, no. Si eres de clase baja, o triunfas rápido o sales de la rueda. Así están las cosas.

¿No hay quien pare esto? Tras la caída del Muro de Berlín, el único límite es el que el capitalismo organiza sobre sí mismo. Eso dificulta los mecanismos que pueden eliminar excesos y corregir errores. Vivimos en un mundo con unas creencias demasiado firmes.

Parecía lógico pensar lo contrario. Hay unas cuantas fórmulas que ya no sirven pero que se siguen empleando. Y el perjuicio es generalizado. Es un mundo coagulado, en el que parece que la autocontención a través de la razón no esté presente.

¿Qué puede hacer el individuo? El hecho de conocer las cosas permite obtener mejores análisis y dar con mejores soluciones colectivas. En la medida en que existan resistencias concretas, las cosas pueden cambiar. El terreno de las ideas, la cultura, las humanidades y las ciencias sociales son esenciales para ganar la batalla a la hora de demostrar que las fórmulas que están utilizando no sirven. Una vez parado el tren, veremos qué vía ideológica tomamos.

Es usted optimista, pues. El mundo del trabajo actual es producto de la presión que, en un momento dado, los mineros ejercieron sobre los patronos ante condiciones que les podían llevar a la muerte.

Hoy no sabemos con certeza quiénes son los dueños de la mina. El marco de poder es el mundo financiero, que ejerce control sobre casi todos los aspectos de la vida. Son los grandes fondos de grandes bancos como Goldman Sachs y HSBC. Determinan las opciones de un país y la manera de gestionar las compañías. La idea que se repite e irradian los entornos de poder es la siguiente: si hago lo que debo, las agencias de calificación me bajarán la nota y me será difícil conseguir financiación. Y si apuesto por empleados más cualificados y un mejor modelo, aparecen los accionistas. Tragamos como en la Bulgaria de los años 70.

No se ve luz al final del túnel. Los cambios en economía, política y en lo ámbito de lo cotidiano no se sostienen si no sabemos qué ocurre y ponemos en práctica la resistencia.

Alto. La gente se ha hartado de salir a la plaza a ofrecer resistencia. La plaza visualiza, pero no hay que quedarse en la queja, que es como colgar un tuit. Nos quejamos y esperamos a que alguien recoja el malestar y lo arregle. La deriva del populismo de derechas en Europa y la llegada de Trump a la Casa Blanca están causados por el descontento que ha generado la economía. Son una resistencia por el camino equivocado.

¿El camino de Podemos también es equivocado? Las fórmulas sistémicas de la política tradicional van generando más inestabilidad en lugar de bienestar, y las tensiones se hacen más intensas. Quizá por su origen intelectual, Podemos ha leído muy mal las tensiones sociales. Baraja fórmulas del pasado.

¿Qué fórmulas hay que barajar? He hablado con directivos de grandes empresas que no están de acuerdo con el modo de gestión porque lo ven poco útil para la cuenta de resultados. Medir los resultados ocurre en todas las empresas. Hay que someterse a eso para mantener el puesto pero, al mismo tiempo, si estás en desacuerdo con lo que te piden acabas haciendo cosas distintas.

¿Propone desobedecer? Hablo de que incluso en los terrenos más insospechados somos capaces de recoger las órdenes y llevarlas a otro sitio. Al que pinta coches le piden que lo haga en menos tiempo, pero él puede hacer lo posible para que salga bien. Eso en el trabajo, y luego está el consumo.

Ay, que estamos en días de rapto consumista. Todos estamos bajo demasiada presión y, pese a que gastar no es la mejor manera de ser feliz, entiendo el rapto. El problema de fondo es que el consumismo se transforme en una autoafirmación del yo, en una manera de distinción, en identidad. Eso denota un nivel de estupidez a la hora de diferenciarse.

Tampoco ve bien el diferenciarse por la vía soberanista. Hoy la identidad la da el éxito, sea por un nivel material que permita bienes simbólicos que hagan que los demás te envidien o porque la gente encuentre un refugio en lo común. Trump ha enarbolado el "seremos una gran nación de la que tú formas parte".

¿Ve similitud con Cataluña? Veo un punto de contacto. Entiendo las ganas de Catalunya de salir de España, como entiendo que algunos países piensen que esta UE crea más problemas que da soluciones y que más vale salir. Pero la idea de que no podemos hacer nada es un error. ¿Qué pasa si exigimos que las instituciones sirvan para lo común en lugar de alejarnos?

Venga. Un deseo para el 2017. Que cambien al maquinista.