En febrero del 2017, cuando recibió a los ejecutivos de Harley-Davidson en la Casa Blanca, frente a cinco de las icónicas motos aparcadas en sus jardínes Donald Trump clamó: «Estoy orgulloso. Made in America!». Ya entonces ese «hecho en América» del que presumía el presidente no era del todo cierto, y la empresa en ese momento construía una fábrica en Tailandia, que se sumaba a plantas en India, Australia y Brasil. Pero lo es aún menos ahora, 16 meses después, y como consecuencia de la guerra arancelaria que Trump ha abierto con socios como la Unión Europea.

Harley-Davidson anunció que transfiere parte de su producción fuera de EEUU para tratar de «aliviar» el impacto de los aranceles que Bruselas ha aprobado en respuesta a los impuestos de Trump al aluminio y acero europeo. Y en la documentación presentada ante la SEC, la Comisión de Bolsa y Valores, afirma que «incrementar la producción internacional para aliviar el peso de los aranceles europeos no es la preferencia de la compañía pero representa la única opción sostenible para hacer sus motocicletas disponibles a clientes en la UE y mantener un negocio viable en Europa».

La decisión pone en evidencia los efectos colaterales de la política proteccionista de Trump, de los que había advertido ya la empresa de Milwaukee (Wisconsin). Y llega tres días después de que el viernes se activara el arancel a productos estadounidenses por valor de 3.200 millones de dólares, 2.800 millones de euros, con los que la UE respondió a los establecidos por Washington.

Según Harley-Davidson, la nueva situación, que ha subido los aranceles de sus motos del 6 al 31%, habría elevado en unos 2.200 dólares el precio de cada unidad en Europa, su segundo mayor mercado después de EEUU y donde en el 2017 vendió unas 40.000 motos. La firma cree que «el tremendo incremento de costo, si se pasara a concesionarios y clientes, tendría un impacto perjudicial inmediato y duradero en su negocio en la región».