R odrigo Rato estaba dispuesto a comprar o alquilar una vivienda en Barcelona en el 2011. Así lo recuerda en privado uno de los colaboradores más estrechos que en ese momento tenía el entonces presidente de Bankia. El sector bancario español se encontraba inmerso en la búsqueda del dinero que le permitiría cumplir con los exigentes requisitos de solvencia de las autoridades europeas. Si no conseguían esos fondos en solitario, tendrían que buscar fusiones con otras entidades.

En este contexto, Bankia mantuvo conversaciones con La Caixa, que estaba pilotada por Isidre Fainé, para una posible integración. Al sustituto de Ricard Fornesa en la presidencia de la mayor caja española siempre le había interesado algún tipo de alianza con Caja Madrid, la segunda caja de ahorros más antigua de España, que se constituyó en 1838 asumiendo el monte de piedad que un sacerdote aragonés, Francisco Piquer, había creado en 1702. Solo la caja de Jerez se había fundado antes por el Conde de Villacreces.

El reparto de poder era irrebatible. Fainé sería el presidente del banco resultante y Rato, el vicepresidente y el máximo responsable del grupo industrial. La sede social estaría en Barcelona y la operativa, entre las dos ciudades. La operación agradaba a Rato, que por ese motivo no descartaba hacerse con la citada vivienda en la capital catalana. No solo porque así Bankia cumplía los requisitos de solvencia, sino porque se ponía al frente del conglomerado industrial más importante de España, fruto de un proceso de compra de participaciones en empresas que duró desde el periodo de entreguerras hasta finales de la década de 1990.

Las conversaciones entre Fainé y Rato duraron, al menos, cuatro semanas, hasta los últimos días del año 2011. En ese momento, el PSOE ya había perdido las elecciones y el PP gobernaba con mayoría absoluta, con Luis de Guindos como ministro de la cartera de Economía. El proyecto de fusión se comunicó al Gobierno de Mariano Rajoy y a la Generalitat de Artur Mas. Tanto Rajoy como Guindos aplaudieron una integración que, además de aliviar los problemas de Bankia, podía reforzar los vínculos entre Cataluña y España en un momento en que las aspiraciones soberanistas de Mas inquietaban al PP.

Pero no fue así. Rato, envalentonado por creer que tenía el apoyo de sus antiguos compañeros de partido, enfrió las conversaciones y prefirió seguir en solitario. Fainé, por su parte, también reculó en su ambición después de que afloraran dudas de cómo sería el reparto de poder entre los dos grupos más allá de la primera fase inicial. Además, trascendieron varios informes que incidían en los aspectos más impopulares de la fusión, como el ajuste laboral y de oficinas.

Todo apunta a que Rato debía desconocer entonces que el Gobierno central preparaba una dura e inmediata reforma financiera que debilitaría más a Bankia. Cinco meses después de dar por muerta la fusión fallida, Bankia sería nacionalizada, con el beneplácito de Fainé y de los otros dos grandes banqueros, Emilio Botín (Santander) y Francisco González (BBVA).

Fainé, ya retirado de la primera línea de CaixaBank y al frente de su primer accionista (Fundación La Caixa), siguió anhelando esa integración que ahora ha impulsado de nuevo, apoyándose en este caso en el Estado, accionista mayoritario de Bankia, y en la ministra de Economía, Nadia Calviño. Puede hacerlo porque en la cúpula de la otra entidad está José Ignacio Goirigolzarri, el último banquero de la generación que desde la década de 1989 hasta el 2019 pilotó los mayores grupos financieros del país. La sintonía entre ambos y el respeto que se profesan son máximos, según sus respectivos entornos, que añaden que se sienten cómodos con la presencia del Estado en su capital, sin ser mayoritarios, aunque prefieren una entidad independiente.

Rato, desde la distancia, observará cómo Fainé y la nueva CaixaBank, de confirmarse la fusión que ya se ha puesto en marcha, ganarán peso en el mapa bancario español. CaixaBank, BBVA y Banco Santander dominarán el mercado en espera de nuevas fusiones. H