Nueva era en el Banco Central Europeo (BCE). Christine Lagarde, anterior directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI) inició ayer su mandato de ocho años al frente del organismo desde el que se rige la política monetaria de la zona del euro.

En cierto sentido, la nueva presidenta del BCE, con una elevada capacidad y experiencia política, ha sido siempre una pionera. Fue responsable de la cartera de Economía de Nicolas Sarkozy entre el 2007 y 2011, fue la primera mujer en presidir el mayor gabinete americano de abogados, la primera ministra de Finanzas del G-7 y la primera directora gerente del FMI.

Ahora, además pasa a ser la primera mujer al frente del BCE, cargo en el que le han precedido el holandés Wim Duisenberg, el francés Jean-Claude Trichet y el italiano Mario Draghi.

Además de mantener o superar la obra de Mario Draghi, al que se atribuye la salvación del euro en el 2012 gracias a sus milagrosas palabras «haré todo lo que sea necesario»; Lagarde afronta el reto de convencer a los gobiernos, en especial a Alemania y Holanda, que cuentan con superávit fiscal, de que ganen protagonismo mediante la política fiscal y las reformas estructurales. Y todo ello en un contexto de desaceleración, aunque los datos del tercer trimestre indican que el crecimiento se mantuvo y una Alemania, la locomotora del área, flirteando con la recesión por la crisis en el automóvil, pero con una economía interna que no va mal.

El BCE ya ha hecho una buena parte del trabajo durante el mandato de Draghi con unos tipos de interés en el 0%, tras ocho recortes aplicados durante su mandato, y la recuperación de la compra mensual de deuda por importe de 20.000 millones de euros, que comienza precisamente este mismo 1 de noviembre, a la vez que la nueva presidencia del organismo. Además aplicó en septiembre un nuevo recorte en el tipo de interés negativo que cobra a los bancos por guardar su dinero ( del -0,4% al -0,5%).

Precisamemente por esta estrategia llevada a cabo por Draghi los denominados halcones, defensores de una política monetaria más ortodoxa encabezados por el Bundesbank alemán y el resto de países nórdicos, han dejado oír su oposición. De hecho, la representante alemana en este órgano, Sabine Lautenschläger, decidió hace unas semanas, por sorpresa, dimitir mucho antes de vencer su mandato.

TENSIONES INTERNAS / Esa decisión afloró las tensiones internas existentes. Posteriormente, seis exbanqueros centrales criticaron abiertamente el paquete de estímulos aprobado por el BCE en septiembre, sumándose a las opiniones expresadas en las últimas semanas por los presidentes de los bancos centrales de Francia, Alemania, Austria y Holanda. En una carta enviada a los medios, los exbanqueros alertan de que están observando «con una preocupación creciente» las decisiones que está adoptando el BCE.

El documento estaba firmado por los exmiembros del BCE Ottmar Issing y Juergen Stark, que formaron parte del comité ejecutivo de la autoridad entre 1998 y 2006 y 2006 y 2011, respectivamente; así como por el exgobernador del banco central de Austria Klaus Liebscher, el expresidente del Bundesbank Helmut Schlesinger, el exgobernador del banco central de Países Bajos Nout Wellink y el antiguo subgobernador del Banco de Francia Herve Hannoun.

En cualquier caso es más que evidente que el último paquete de estímulos aprobado por la entidad ha dividido la institución. De hecho, en un gesto poco habitual hasta ahora, el gobernador del Banco de Holanda, Klaas Knot, tachaba públicamente a principios de semana de «desproporcionado» el plan del eurobanco.

Incluso antes de hacerse con la presidencia del BCE, Lagarde ya dejó claro que uno de su objetivos es lograr que Alemania y Holanda tomen la iniciativa en favor del crecimiento de la zona euro, y relajen su obsesión por evitar el déficit y el endeudamiento. Algunos confían en que sus experiencia y agenda política le podrían facilitar la tarea.