M ark Zuckerberg ha querido volar tan cerca del Sol que ha terminado quemándose las alas. Como la leyenda de Ícaro, el genio de Silicon Valley ha visto cómo su mayor creación, Facebook, ha pasado de ser un fenómeno social arrollador y reverenciado en todo el mundo como modelo de progreso a estar en el punto de mira como potencial amenaza a la democracia.

El giro no ha impedido a esta empresa participar del festín de las tecnológicas en la bolsa. Desde el valle de finales de marzo, su cotización se ha duplicado y hoy vale 836.583 millones de euros.

Ideada en el 2003 en el campus de Harvard por un grupo de estudiantes que querían puntuar a las chicas de su clase, la plataforma pasó de ser un juguete para la élite universitaria a una oportunidad de negocio para los inversores más listos de Silicon Valley. La compañía revolucionó y abrió las puertas de una nueva era digital. Todo el mundo quería estar en Facebook. Quedarse fuera era abandonar parte de la vida social.

La genialidad de Zuckerberg se normalizó como una herramienta de conexión y democratización de las sociedades. Su uso durante las primaveras árabes fue visto como un cambio esperanzador, pero poco a poco todas esas bondades fueron matizadas en una escala de grises. Actualmente, la compañía tiene 2.500 millones de usuarios en todo el mundo, registra unos ingresos de más de 60.000 millones de euros y sus apps lideran el podio de las más descargadas. Aunque su negocio sigue floreciendo, expertos, empleados y usuarios han pasado a renegar de la plataforma. ¿Por qué ya no nos gusta lo que antaño cautivaba?

El cambio se debe a su implicación en múltiples escándalos. El punto de inflexión para Facebook fue en el 2018, cuando se destapó que la firma de análisis de datos Cambridge Analytica había utilizado sin consentimiento información de 87 millones de usuarios de la red para elaborar perfiles psicológicos que después servían para personalizar y mejorar la propaganda política. Con esos datos privados se impulsó la campaña presidencial de Donald Trump.

El escándalo no solo le costó a Facebook varias multas por valor de más de 5.000 millones de euros, sino que activó una crisis reputacional irreversible que dejó desnudo al emperador. Miles de usuarios eliminaron sus cuentas y migraron a otras plataformas. La imagen de Zuckerberg terminó de hundirse, pasando a ser el villano de la misma generación que le había idolatrado. Las acciones cayeron hasta el 24%, pero poco después se recuperaron.

Pero este verano las cosas cambiaron cuando las protestas por esa permisividad se convirtieron en una potencial amenaza para su bolsillo. Cientos de grandes anunciantes boicotearon a Facebook para pedir una mayor regulación de su contenido, algo que inquietó a Zuckerberg. En una jornada, Facebook cayó el 8% en la bolsa, lo que equivale a los 55.000 millones de dólares del valor total que suman Twitter y Snapchat. El emperador rectificó y el 26 de junio anunció que se perseguirá y etiquetará el contenido peligroso.

El boicot tuvo un impacto limitado. Si las empresas no se anunciaban ahí, ¿donde lo harían? La posición del imperio de Zuckerberg —formado por Facebook, Messenger, Whatsapp e Instagram— es tan dominante que el boicot solo duró un mes.

Eso expone otra de las acusaciones a Facebook: la de actuar como un monopolio. El 31 de julio, a Zuckerberg se le secó la boca cuando el subcomité contra el monopolio del Congreso de EEUU señaló que utiliza su abrumador poder para mimetizar los avances de sus competidores y así ahogarlos. La agresiva estrategia de «copiar, adquirir y matar».

Eso fue lo que sucedió con Instagram, a quien amenazó con pasar al «modo destrucción» si no aceptaba su venta. Terminaría haciéndolo en el 2012 por 1.000 millones de dólares. La semana pasada, se destapó que Zuckerberg presionó a Washington para que limitase a las empresas chinas. Poco después, la administración de Donald Trump amenazaba con prohibir la pujante red social TikTok de no vender su negocio a manos estadounidenses. Los deseos de Facebook han vuelto a abrirse camino. H