Los problemas nunca vienen solos y, en el caso de Boeing, están adoptando dimensiones colosales. Sumido en la peor crisis de sus 103 años de historia, el gigante aeroespacial estadounidense sufrió el viernes un nuevo revés de envergadura, después de que una de sus naves reutilizables fracasara en su intento de llegar hasta la Estación Espacial Internacional en una misión conjuna con la Nasa. La CST-100 Starliner pretende reactivar los viajes tripulados al espacio desde Estados Unidos, suspendidos desde el 2011, pero el viernes tropezó en su intento de entrar en la órbita correcta tras un lanzamiento sin problemas aparentes desde Cabo Cañaveral (Florida). La nave no llevaba pasajeros y no hubo que lamentar daños materiales, pero nuevamente los problemas técnicos volvieron a frustrar las ambiciones de Boeing.

El éxito de la división espacial de la compañía es particularmente importante en estos momentos, cuando más necesita compensar el agujero financiero generado por el parón de sus aviones comerciales 737 Max. Esta misma semana Boeing se vio obligada a paralizar indefinidamente a fabricación de los Max, después de que las autoridades estadounidenses frustraran sus expectativas de recuperar pronto la autorización para volar. Los aviones estrella de la multinacional de Chicago permanecen varados desde marzo en todo el mundo después de que de sus aeronaves sufrieran dos catastróficos accidentes en Indonesia y Etiopía que se cobraron la vida de 346 personas. Ambos siniestros se achacaron a problemas con el software de control de los Max.

Desde que los reguladores de medio mundo echaran plomo sus alas, los títulos de Boeing han perdido un 25% de su valor en Bolsa. La compañía también se has visto obligada a reservar unos 8.000 millones de dólares para compensar a las víctimas de los siniestros y afrontar los costes judiciales. Además, esta misma semana, dos agencias de calificación de riesgos rebajaron su confianza en la compañía.

El parón en las fábricas está llamado a reverberar con dureza en el tejido industrial estadounidense porque casi un millar de empresas forman parte de la cadena de suministros de los Max. Un golpe que probablemente se notará en el crecimiento macroeconómico de la primera economía mundial, así como en su balanza comercial. Boeing es el mayor exportador de manufacturas de EE UU y uno de sus principales empleadores privados, con una plantilla que supera los 150.000 empleados. “Es difícil pensar en otra compañía que pueda tener semejante impacto en la economía por la paralización de la producción de uno solo producto”, le dijo al ‘Wall Street Journal’ el economista jefe del fondo de inversión Wilmington Trust.

La producción de la industria aeroespacial estadounidense cayó un 17% en octubre respecto al mismo período del año pasado, en gran medida por la ralentización de Boeing. Hasta ahora la compañía había seguido produciendo casi con normalidad, pero la situación se ha hecho en gran medida insostenible por su incapacidad para entregar los pedidos hasta que se subsanen los problemas de seguridad. En sus hangares acumula ya cerca 400 aviones Max recién salidos de fábrica que esperan al levantamiento del veto para ser entregados a sus clientes.

Varios clientes de Boeing han tomado nota de las señales enviadas recientemente por las autoridades estadounidenses, que apuntan a un veto más prolongado de lo que inicialmente se previó. Southwest y American Airlines han anunciado que, como mínimo, no reactivarán su flota de aviones Max hasta finales de la primavera. Todas estas noticias son agua de mayo para los competidores de Boeing, como el consorcio europeo Airbus.