Once años después de la última crisis financiera, y con EEUU a un paso de entrar en el período más largo de expansión económica de su historia, vuelve a atisbarse un cambio de ciclo en el horizonte: la vuelta de los estímulos monetarios. Después de que el Banco Central Europeo (BCE) señalara esta semana su disposición a oxigenar la economía del continente ante el estancamiento predominante y las presiones de la baja inflación, lo que desató las críticas del presidente Donald Trump, la Reserva Federal de EE UU ha seguido su estela al sugerir que la bajada de tipos de interés está más cerca.

Por el momento, se quedan como estaban, pero de su lenguaje ha desaparecido la «paciencia» de los últimos meses, el recurso semántico usado hasta ahora para indicar calma en el frente. Tras su reunión mensual de junio, la Fed volvió a expresar su confianza en la trayectoria de la economía estadounidense, pero también subrayó que los riesgos cotizan al alza.

«El Comité sigue viendo una expansión sostenida de la actividad económica, un mercado laboral fuerte y una inflación cercana al objetivo del 2%, pero la incertidumbre ha crecido», asegura el comunicado. En este caso, la preocupación no se deriva tanto de los indicadores propios de la primera economía mundial, sino del contexto general.

Inquieta la ralentización global y también el impacto de las guerras arancelarias lanzadas por Trump contra sus principales socios comerciales. «Actuaremos de forma apropiada para sostener la expansión», añade el comunicado del banco central.

La decisión de mantener los tipos al nivel actual, que oscila entre el 2,25% y el 2,5%, se adoptó con un solo voto en contra, la primera vez que el consenso se rompe en el órgano ejecutivo de la Fed desde que Jerome Powell es presidente. James Bullard, la voz disonante, apostaba por la bajada inmediata de los tipos, algo que no se produce desde el 2008 y que podría llegar en julio si se cumplen las previsiones de los mercados. Powell no puso fecha, pero sí dijo que en las últimas semanas se ha enrarecido el panorama, tanto por la parálisis de las negociaciones con China y los nuevos aranceles de Trump, como por el pobre desempeño de algunas de las principales economías del planeta.

Bajar los tipos cuando la economía crece y se ha alcanzado el pleno empleo es una proposición arriesgada. Pero Powell está sometido a una enorme presión.

Tanto de los mercados, que anhelan los días del dinero regalado, a pesar de que los tipos siguen en niveles históricamente muy bajos, como de Donald Trump, que le acusa de poner palos en las ruedas de la economía estadounidense, mientras critica al BCE por plantearse hacerlo. El republicano ha cambiado radicalmente de postura desde que es presidente. Con Barack Obama en la Casa Blanca, no dejó de quejarse de los estímulos de la Fed, que consideraba artificiales y políticamente motivados para ayudar a los demócratas. Ahora el soniquete ha cambiado. Solo quiere ganar, sin preocuparse por las consecuencias a medio plazo. Trump exige tipos más bajos para espolear el crecimiento y mantener a las bolsas en récords, dos de los baremos que usa para presumir de éxito económico.

Ya en febrero llegó a consultar con sus asesores legales si sería posible reemplazar a Powell antes de que acabe su mandato en el 2022, según publicó Bloomberg. El mismo Powell al que él mismo escogió el año pasado por su pedigrí republicano y su dilatada experiencia en Wall Street.

Ahora la amenaza vuelve a estar sobre la mesa, lo que cuestiona la independencia del banco central. «Ya veremos lo que ocurre. Muy pronto anunciarán sus planes, así que veremos cuál es el próximo paso», dijo ayer refiriéndose a la reunión de la Fed.