Lee Jae-yong se alejó un par de metros del atril para que las cámaras inmortalizaran cómo inclinaba su espinazo en tres ocasiones. La liturgia del perdón brindó una regocijante catarsis a un país hastiado de los desmanes de su élite empresarial. Lee, presidente en funciones de Samsung, acababa de admitir sus errores tras años de altaneros desmentidos y, aún más, deslizó que sus hijos no heredarán el imperio. Será el fin del linaje que ha regido la compañía desde que su abuelo empezara a vender pescado y frutas.

Quizá el probable regreso a la cárcel ablandará a Lee. Cumplió solo uno de los cinco años a los que fue condenado por sobornos pero el Tribunal Supremo ordenó un nuevo juicio del que se espera la inminente sentencia. Nadie ha olvidado el mayor escándalo político en un país que los colecciona. Se llevó por delante a la expresidenta Park Geun-hye, ahora en la cárcel, embarró las principales instituciones nacionales y subrayó las turbias alianzas del poder político y económico. Samsung untó a Choi Soon-sil, íntima amiga de Park, para que aceitara una fusión de la que emergió el liderazgo de Lee. El parlamento llamó a los 21 mayores empresarios del país para que explicaran sus romerías al despacho de la Rasputina surcoreana.

CONGLOMERADOS INDUSTRIALES / Samsung, Hyunday, Lotte, LG… Los chaebol son tan surcoreanos como el kimchy. Los cinco mayores concentran más de la mitad de la economía nacional. De Samsung son conocidos sus televisores o móviles pero también cuenta con hoteles o barcos y presta servicios financieros. Cualquier paseo por las calles de Seúl descubre el ubicuo nombre de Lotte en edificios y negocios variopintos. Son sistémicos y se ajustan a la definición del too big to fail.

Varios presidentes han sido condenados y perdonados. Lee Kun-hee, padre del actual dirigente de Samsung, fue sentenciado en 2008 a tres años de cárcel e indultado por sus aportaciones al país. Lee era miembro del COI y Seúl necesitaba su impulso para la candidatura de los Juegos Olímpicos de Pyeong Chang del 2018.

Ya en 2014 hubo un punto de inflexión con el caso de Cho Hyun-ah, alta ejecutiva y heredera de la compañía Korean Air, que atizó en la cabeza con el recio manual de procedimiento a un azafato arrodillado por servirle los cacahuetes en la bolsa y no en el plato preceptivo. Fue condenada a un año de cárcel por vulnerar las leyes de seguridad aérea (obligó al avión que se preparaba para despegar a regresar a la puerta de embarque) y desalojar a patadas al subordinado. Cumplió tres meses y el azafato acabó limpiando retretes.

La victoria aplastante del admirable Moon Jae-in tuvo más que ver con su programa social y las promesas de embridar a los chaebol que con el acercamiento a Corea del Norte. Sus efectos son imperceptibles. Para Seungsook Moon, catedrática del Departamento de Sociología de Vassar College, los chaebol son un problema estructural. «Incluso cuando hay un compromiso genuino, es muy difícil luchar contra ellos por su dominio económico de la sociedad coreana», señala.

‘CLAN Y RIQUEZA’ / Los chaebol, traducibles como clan y riqueza, son la versión surcoreana de los zaibatsus o conglomerados familiares japoneses. Park Chung-hee, tras un golpe militar en 1963, diseñó un plan para modernizar un país devastado por la guerra que consistía en conceder los mayores proyectos a un puñado de compañías financiadas con créditos estatales y exenciones fiscales. Funcionó. Corea del Sur es hoy la quinta economía exportadora pero la fórmula también exigía sacrificios que Lee Kun-hee sublimó pidiendo a sus empleados que «lo dieran todo a Samsung menos la esposa y los hijos».

Su papel de locomotora y la creación masiva de empleo justificaron que durante décadas se pasaran por alto sus fechorías. Hoy muchos juzgan que la riqueza nacional se concentre en unas cuantas familias egoístas y propensas a la ilegalidad y lamentan que estrangulen a compañías pequeñas y start ups.

«Los chaebol son totalmente negativos en el siglo XXI si creemos que la función de las corporaciones es crear trabajo decente y estable y ofrecer productos y servicios de alta calidad. Todo eso es opuesto a la maximización de ganancias para los accionistas y el rápido beneficio a través de la manipulación financiera», juzga Moon.