Veríamos Shenzhen a través del microscopio si aisláramos el elemento químico puro de la reforma china. Se cumplen esta semana 40 años desde que ese puñado de villorrios de pescadores en la costera y sureña provincia de Guandong fue elegido como laboratorio de un nuevo capitalismo híbrido (o socialismo con características chinas, según la jerga oficial) y hoy ya rivaliza con Silicon Valley. No es probable que Deng Xiaoping, el clarividente arquitecto de las reformas, imaginara que de una de aquellas Zonas Económicas Especiales brotara la ciudad más futurista, innovadora y vibrante del país. Hubo cuatro más en aquella lotería, pero a Shenzhen le tocó el gordo.

El contexto histórico subraya la audacia de Deng. Mao había muerto apenas tres años atrás y esas microburbujas capitalistas, con exenciones fiscales y estímulos a la inversión extranjera, eran un anatema para los defensores de las esencias. China diseñaba su senda, sin precedentes a los que asirse, por el método de prueba-error. El plan era que, si funcionaba, la fórmula se replicara progresivamente al resto del país. Funcionó.

Shenzhen es un compendio de vastas avenidas y epatantes rascacielos, pero también ha crecido a lo ancho, desparramándose a partir de los varios centros urbanos que exigen larguísimos trayectos a través de parques y arboledas. Más del 40 % de su espacio urbano son zonas verdes y ha sido catalogada como "Ciudad de Diseño" por la Unesco. Los chinos la eligen cada año como la mejor ciudad para vivir sin que haya que consignar más incomodidades que su pegajosa humedad y la carestía del mercado inmobiliario.

15 millones de habitantes en medio siglo

Todo sugiere urgencia. "A la velocidad de Shenzhen", se dice en China. Pocas regiones del mundo han atraído a 15 millones de habitantes en menos de medio siglo. Se escucha más a menudo el mandarín que el cantonés local porque el 95 % de la población no nació en Shenzhen y la media de edad ronda la treintena en un país con gravísimos problemas de envejecimiento.

Y ninguna región del mundo ha disfrutado de un crecimiento económico similar: una media del 22 % anual. El PIB ha pasado de 197 millones de yuanes a 2,42 billones y, la renta per cápita, de 74 euros a 23.000. No era raro, apenas veinte años atrás, que un taxista hongkonés mantuviera a varias amantes al otro lado de la frontera. El PIB de Shenzhen ha superado ya al de la excolonia y su arrogante skyline de aroma británico palidece ya frente a los rascacielos que se aprietan en la orilla continental.

Shenzhen también resume la evolución del patrón económico chino. Hacia aquella zona pantanosa y abrazada por montañas trasladaron sus fábricas las vecinas empresas hongkonesas, atraídas por los alquileres y salarios ridículos. La fábrica global regó de manufacturas baratas el mundo y en Shenzhen anidó un incipiente sector tecnológico que copiaba y abarataba cualquier artilugio occidental.

De Huawei a las 'start-ups'

La Shenzhen actual nace de aquellos pioneros. Es la primera ciudad china con un despliegue integral de las redes 5G que cambiarán nuestras vidas y ahí se aprietan varias de las compañías con las que Pekín quiere pelearle la primacía tecnológica a Estados Unidos: Huawei, segundo mayor fabricante de teléfonos del mundo y líder en 5G; DJI, principal productor de drones; BYD, a la cabeza de los coches eléctricos; Tencent, responsable de Wechat o whatsapp chino Y junto a las mediáticas multinacionales crecen miles de startups, beneficiadas por las sinergias, la densidad de talento y el impulso de un gobierno que destinó el 4,13 % de su PIB a I+D. Shenzhen cuenta con 11.000 tecnológicas que el año pasado sumaron la mitad de las solicitudes de patentes del país.

Hace 40 años se colgó un enorme cartel en Shenzhen con un lema que sonaba contracultural: "El tiempo es dinero, la eficacia es vida". Los descendientes de aquellos pescadores y los chinos llegados desde todo el país siguen repitiéndolo como un mantra.