E s difícil entender la vida estadounidense de las últimas décadas sin los centros comerciales que articulan la vida de los suburbios y las pequeñas ciudades del interior del país. Nacieron tras la construcción de la red de carreteras interestatales a mediados del siglo pasado, cuando millones de jóvenes se mudaron a los relucientes suburbios en busca de espacio y comodidad.

Unos perseguían su bocado del sueño americano; otros escapaban de la masiva migración negra a las ciudades del norte. Y los malls no solo se convirtieron en sus catedrales consagradas al consumo, sino que han servido de plaza pública, de espacio de socialización, el lugar donde se va a ligar, a espiar al vecino o a pasar el día.

Pero las transformaciones sociales de los últimos años no les han sentado bien. Su modelo comercial llevaba años en declive y el coronavirus no ha hecho más que acelerar su lenta agonía. «El problema con los malls es que se construyeron demasiados, muchos más de los que el mercado podía absorber», dice Mark Cohen, profesor de la Universidad de Columbia y antiguo consejero delegado de Sears en Canadá, uno de los buques insignia que durante años coparon el espacio en los centros comerciales.

«El comercio electrónico acabó con la dependencia casi absoluta que muchos estadounidenses tenían de ellos. Empezaron a bajar las visitas y ahora el virus los ha mantenido cerrados durante meses. Muchos vuelven a reabrir, pero los clientes ya no van. La prioridad son las compras esenciales, no la moda o los artículos de decoración».

Es pronto para evaluar las dimensiones del cataclismo económico provocado por el covid-19, pero EEUU va camino de batir este año el número de quiebras que se produjeron en el 2010, el año más sangriento de la anterior recesión. Hasta el 9 de agosto, 420 grandes empresas se habían declarado en bancarrota, según un informe de S&P Global. Una cifra que no incluye los miles de pequeños comercios que han bajado para siempre la persiana.

Ese régimen jurídico permitirá a algunas franquicias reestructurarse, pero otras pasarán simplemente a la historia. La debacle se ha llevado por delante a nombres de cabecera como Hertz (alquiler de coches), Chesapeake Energy (gas y petróleo), McClatchy (periódicos) o la rama estadounidense de Le Pain Quotidien (restaurantes).

Pero el peor parado está siendo el comercio minorista, los grandes almacenes y la ropa, precisamente el tipo de escaparates que han dominado durante décadas el paisaje del mall. Entre las víctimas hay emporios con tanta solera como Lord & Taylor, el más antiguo de los grandes almacenes del país, fundado en 1826 por dos inmigrantes ingleses, cuando Tejas era todavía parte México. O los lujosos almacenes Neiman Marcus, así como los más asequibles JC. Penney, todos ellos hundidos por unas deudas masivas anteriores al parón de la pandemia.

Algunos malls están tratando de reinventarse dedicando parte de su espacio a apartamentos, oficinas, gimnasios o restaurantes. Pero las predicciones para el sector, que mantiene más de 1.700 centros comerciales en todo el país, son sombrías. El cinco años podrían desaparecer el 50%. H