“Aquí seguimos. Llamando a las puertas del cielo”. La noche del 20-D un Pablo Iglesias absolutamente emocionado pronunció esta consigna con la sensación agridulce de haber logrado un triunfo histórico que constituía, a la vez, un empate catastrófico. Seis meses después, el líder de Unidos Podemos vuelve a llamar, pero con el convencimiento de que, esta vez sí, las puertas de la Moncloa pueden abrirse porque han conseguido las tres condiciones previas para obtener la única llave que les permitiría entrar: lograr el doblete de superar al PSOE, en votos y escaños.

La primera batalla conquistada es simbólica: han instalado en el imaginario colectivo la certidumbre de que pueden ganar. Han roto el mito de la invencibilidad del bipartidismo que operaba desde la Transición. Por primera vez, es verosímil que un partido que no sea ni el PP ni el PSOE alcance la presidencia del Gobierno y esta idea permite propagar la sensación de que el cambio sólo es una cuestión de tiempo. Se trata de un elemento determinante conseguido gracias a una victoria táctica, la de haber asentado la polarización con el PP, no conformarse con ser bisagra y revelarse como opción útil para echar a Mariano Rajoy.

GANAR SIN HUNDIR

El segundo triunfo es estratégico. Han persuadido a parte del electorado socialista, según los sondeos. Podemos ha señalado desde su nacimiento ese requisito como imprescindible para lograr llegar al poder, conscientes que desde en los estrechos márgenes de la izquierda no hay voto suficiente. A tenor de las encuestas, la alianza con Alberto Garzón habría permitido ampliar el apoyo, y ahora la duda que les devora es saber qué porcentaje de esos 1.200.000 electores indecisos entre PSOE y Unidos Podemos se decantan por la opción de Iglesias.

Cruzan los dedos para que el ‘sorpasso’ sea doble. Confían en una victoria nítida que evite una escalada de tensión y el debate de quién ha ganado a quién. Pero tampoco desean un hundimiento estrepitoso de Pedro Sánchez, puesto que necesitan sus votos para sumar mayoría parlamentaria ante la investidura.

Fuentes de la dirección opinan que tienen opciones de construir un gobierno con el PSOE si Sánchez actúa de inmediato y logran comenzar a negociar la misma noche electoral o el lunes. Opinan que cuanto más tiempo transcurra, irán diluyéndose las posibilidades, por la presión que, sostienen, recibirá de la “vieja guardia”, renuente a un acuerdo con Podemos. De ahí que Iglesias esté determinado a llamar al socialista en cuanto se conozca el resultado.

El tercer logro es haber ganado la batalla del relato para amortiguar el discurso del miedo. Conscientes de que el significado de palabras de la trascendencia de “patria”, “democracia” o “socialdemocracia” estaba en disputa, les han otorgado un nuevo sentido que ha actuado como gasolina para la máquina de movilización. No por intangible es un elemento a despreciar. Lo confirma Íñigo Errejón en el documental ‘Política: manual de instrucciones’, en el que explica que las palabras son “colinas que hay que conquistar”, una a una, en una guerra menos visible, pero determinante.

Apoyado en la convicción de que los “viejos partidos” solo iban a ser capaces de ofrecer una respuesta cosmética a las transformaciones exigidas por la sociedad, Unidos Podemos implementó una campaña en la que querían “decir verdades como puños” sin asustar a nadie. Ese ha sido el reto -ellos creen que conseguido- de una contienda se les ha hecho eterna. La terminan “orgullosos e ilusionados” y con el vértigo de sabt que hay una moneda girando en el aire y que caerá del lado que decida el PSOE.