Como se temían los estrategas conservadores, buena parte del debate fue un tres contra uno, del resto de candidatos contra la gestión de Mariano Rajoy. Pese a que el equipo de campaña del PP contaba con esta hipótesis, su líder no siempre supo salir airoso de los ataques del resto y en varios momentos adoptó un tono bronco.

Especialmente en el bloque sobre corrupción, en el que reiteró que es “falso” que él haya recibido dinero en b y, como contrataque, recordó a Pedro Sánchez el caso de los ERE y a Albert Rivera, que en un debate en La Sexta reconociese que había cobrado en negro. Asimismo, acusó a sus contrincantes, especialmente al líder de C's, de actuar con “mentalidad inquisitorial” cuando el fraude se combate con leyes (como las que él ha aprobado) y no con “aspavientos”.

Más cómodo se encontró en el apartado sobre economía, en el que, gracias a sus apuntes en 'post it', presumió de gestión, prometió dos millones de empleos, bajar los impuestos y no hacer más recortes. Además se presentó como un líder experimentado frente a 'amateurs' que “manipulan” las cifras, no conocen “los temas” y “quieren arreglar las cosas por arte de magia”.

ADMITE UNA REFORMA DE LA CONSTITUCIÓN

En relación con Catalunya, insistió en la necesidad de defender la soberanía nacional y sorprendió al reconocer que “se puede hablar” de una reforma de la Constitución, aunque reclamó a Sánchez que defina en qué sentido quiere modificar la Carta Magna.

En resumen, aunque su deseo es hacer una campaña “en positivo”, el debate fue un paréntesis en el que tuvo que defenderse ante un ataque triple y asestar golpes a un adversario múltiple.

Así, deslizó críticas contra Pablo Iglesias por su afinidad con la Grecia “rescatada” de Alexis Tsipras, contra Rivera porque su asesor económico, Luis Garicano, abogara al principio de la legislatura porque España pidiera el rescate y contra Sánchez porque en la etapa de José Luis Rodríguez Zapatero el PSOE no reconoció “la crisis” y “se congelaron las pensiones”.