El principal coste de la repetición electoral no fue en dinero, que no hay sistema más barato que la democracia, sino en tiempo. No hay manera de explicar por qué pudieron en día y medio lo que no quisieron en seis meses Sánchez e Iglesias, Pedro y Pablo, como se llaman ahora en señal de colegueo. Será por eso que ni Pedro ni Pablo atendieron a la prensa, que solo pudo fotografiar sus sonrisas sin ocasión de preguntarles qué fue de la desconfianza, cómo era que para acordar ese texto básico hacía falta que fueran a las urnas para volver más débiles y con la extrema derecha multiplicada, por qué esta vez no se enredaron en los sillones y, sobre todo, de qué manera el coco que no dejaría dormir a los españoles pudo convertirse de pronto en el hombre que guardaba el sueño de todos.

Se diría que la sociedad agradece el desbloqueo aunque llegue a rastras, pero agradecería también más sinceridad y menos relato, que igual de esta sacan alguna conclusión los alquimistas de los trakings que conocen la realidad por las encuestas y que llegaron a pronosticar 150 escaños para el PSOE. Tras los meses en la banalidad y con Vox en 52 diputados, Sánchez e Iglesias afrontan la responsabilidad aplazada de dar estabilidad a España en mitad de todas las incertidumbres: Bruselas pide un ajuste de 6.600 millones y Cataluña se complica, a la espera de un probable adelanto electoral y con los probables presidente y vicepresidente en desacuerdo sobre las salidas al conflicto. El primer pacto al que lleguen tendrá que ser entre ellos.

Será, si les sale, el primer Gobierno de coalición en democracia; la primera alianza de izquierdas desde la segunda República, pero todavía han de atraerse los apoyos suficientes y negociar bien la abstención que les falta: la primera reacción de Inés Arrimadas aleja la posibilidad de que sea gracias a sus 10 parlamentarios, a los que Sánchez preferiría antes que a los 13 de Esquerra.

Los números no dejan mucho margen y tiene dicho Gabriel Rufián que no se ve el día de la investidura compartiendo voto con Santiago Abascal, de manera que el auge de los ultras quizá sirva para acelerar entendimientos entre aquellos que quieran aislarles como se les aísla en otras partes de Europa. Ese dilema -o estáis con nosotros o estáis con Vox- planeará toda la legislatura y hasta puede propiciarle mayorías a Sánchez, que no habló ayer de legislatura corta sino de cuatro años. El dilema sirve también para lo que en adelante quiera ser Ciudadanos, pese a que está atrapado por los acuerdos de Madrid, Andalucía y Murcia, comunidades donde ha crecido Vox.

Hará falta también que la idea de que gobiernen el PSOE y Unidas Podemos no alimente esa retórica de bloques tan cultivada y que anda buscando la ultraderecha. Serán cruciales en eso tanto el tono y las políticas que ejecute ese eventual Ejecutivo -sostiene Iglesias que a la extrema derecha se la combate con políticas mejor que con palabras- como el rol que desempeñe Pablo Casado al frente del PP, al que le han dejado libre el centro y que aún conserva una notable distancia en escaños con Abascal para presentarse como la alternativa.