En la última semana de campaña los candidatos suelen apretar los dientes y tachar días del calendario. Las fuerzas tienden a flaquear después de horas de viaje y mitineo; las gargantas sufren lo suyo y los argumentos van difuminándose de tanto uso. De tanto vuelta y vuelta en debates y entrevistas. Pero es probable que uno de los aspirantes a las generales del 28-A, Albert Rivera, esté además haciendo ya acopio de analgésicos para soportar los dolores de cabeza que una vez pasadas las legislativas puede provocarle la promesa que hizo de no convertir a Pedro Sánchez en presidente y, en lo posible, de repetir el pacto firmado con el PP en Andalucía. Con la inestimable ayuda de Vox. Extraño encaje para un liberal que soñaba con abanderar el centro.

La arriesgada jugada que supone desvelar su política de pactos en precampaña, como él hizo, sometiéndolo además al criterio de su Ejecutiva -que lo aprobó por unanimidad-, ha llevado a los socialistas al desconcierto, que ponen el grito en el cielo porque el cordón sanitario sea para ellos y no para la ultraderecha. Tampoco convence a Podemos, que teme un donde dije digo… de última hora que aleje al PSOE de una coalición de izquierdas para echarse en brazos de Cs, hipótesis que de vez en cuando también alimenta un PP que busca distanciarse de su principal competidor en el bloque de la derecha.

El comodín de la llamada

Si la parroquia naranja cree o no a Rivera (apoyó en el pasado intentos de investidura de Sánchez o Rajoy tras prometer que jamás lo haría), se comprobará el domingo en las urnas. Unas horas después, el protagonista de esta crónica sabrá si los miembros de las élites españolas y de instituciones europeas están dispuestos a renunciar a su comodín de la llamada. Esto es, coger el teléfono para intentar influir en su decisión, si resultase decisivo, en un sentido o en otro.

No parece que se vaya a librar del aluvión, por el runrún que ya se oye de fondo. Sobre todo si los números se tornan enrevesados y hay amenaza de bloqueo. Desde los partidos afectados también se le buscará. Rivera puede mantenerse firme en su postura oficial e incluso no contestar, pero su buzón de voz echará humo. Su cabeza, seguramente, también. Todo eso en vísperas de las autonómicas y municipales del 26 de mayo.

Podría convertirse el jefe de Cs en uno de los hombres más requeridos de España. Eso, siempre que la demoscopia sea como la están pintando y él sea bisagra. No hace tantos meses que aspiraba a suceder a Mariano Rajoy en la Moncloa después de darle apoyo en un Gobierno débil, pero llegó una moción de censura a lomos de la corrupción y se llevó al PP por delante. Y las bazas que, según las encuestas, tenía en esos momentos de ser el siguiente presidente un Rivera centrista, también.

Desde entonces le ha dedicado esfuerzo a recolocarse en el tablero disputándole el puesto de jefe de la oposición al flamante Pablo Casado, pero sus ataques furibundos al sanchismo por su acercamiento a los secesionistas y las polémicas fotos en la madrileña plaza de Colón no han dado el resultado esperado para remontar contra reloj.

Esprint final decisivo

Aun así puede mejorar resultados si hace un buen final de campaña. También puede ocurrir que la bolsa de indecisos que le acompaña en su periplo, que parece ser multitudinaria, opte por avalar a otra organización en las urnas del 28-A y la incógnita se torne catástrofe para sus intereses. Pero el equipo de Rivera prefiere no pensar en esa opción y defiende apretar el acelerador en el tramo final donde, además, hay debate a dos vueltas, una disciplina en la que supuestamente su jefe es experto.

Cabe destacar que Cs ha apostado mucho, está por ver si demasiado, en estas generales que huelen a punto de inflexión para esta formación. Se han traído a uno de sus grandes activos políticos, Inés Arrimadas, de diputada a Madrid, dejando algo desabrigada a la organización en Cataluña, pese a ser allí donde tienen la cuna y donde lograron, con ella al frente, vencer por primera vez en unas elecciones, aunque no gobernaran. Está por ver si el sobreesfuerzo da resultados. Y si el móvil de Rivera aguanta el tirón que le aguarda.