Pedro Sánchez ha alcanzado cimas políticas, sin duda. Él es el socialista que le dobló el brazo al todopoderoso PSOE para resucitar de entre los muertos políticos y, tras ser destituido como secretario general, volver a serlo por obra y gracia de la militancia. Es el líder de la oposición que cuando ya nadie lo esperaba se lo jugó todo a una carta, la de la moción de censura a Mariano Rajoy. Terminó llevándose el premio a casa y un nuevo colchón al palacio de la Moncloa, su casa oficial. Se convirtió en el primer presidente español elegido legítimamente por el Parlamento, pero no en las urnas. Esa, la de no haber ganado nunca unas elecciones, es precisamente la espina que le queda clavada y que espera Sánchez poder arrancarse mañana, cuando se recuenten los votos en los colegios electorales.

Salvo sorpresa mayúscula (hay vértigo generalizado), lo logrará esta vez. Existe unanimidad demoscópica en que así será, pero, ¿significa eso que podrá gobernar?. Ese es otro cantar que ha de abrirse paso entre mucho ruido, el que sin duda han hecho en estos 15 días de campaña electoral los partidos con posibilidad de gobernar y/o influir en quien lo haga. Ruido decisivo que llega desde la izquierda y también desde la derecha, también desde la periferia, por más que Albert Rivera se haya empeñado estas jornadas en la excentricidad de escuchar claves en el silencio.

Hasta la saciedad ha repetido el candidato del PSOE que su objetivo es vencer y llevar las riendas del país en solitario durante cuatro años, pactando con casi todos, según la cuestión a tratar. Esto es, emulando la «geometría variable» que utilizó otro presidente socialista, José Luis Rodríguez Zapatero, a fin de evitar ataduras. Además, Sánchez rehúye (al menos de momento) la mano tendida que ofrece Pablo Iglesias -con quien en estas horas se disputa voto trascendental de indecisos- para unirse en una coalición. Replica que él prefiere un Gabinete con mucho independiente y salpicado de profesionales con carnet de su partido.

Ha echado pestes contra el cordón sanitario prometido por Rivera, por haber mostrado menos remilgos a tener sinergias con la ultraderecha de Vox, esa que sigue subiendo en los sondeos internos de último minuto. Pero pretende Sánchez no necesitar tampoco a Ciudadanos, como verbalizó por primera vez el pasado martes, en el debate de Atresmedia. Si se sale o no con la suya no dependerá de sus deseos, sino de la santa voluntad de los españoles. Especialmente de los que aún siguen mirando las papeletas electorales recibidas en sus buzones sin decantarse por ninguna.

El 28-A tendrán que coger los socialistas la calculadora y hacer planes. Está por ver si también llamadas a otros líderes para abrir rondas de citas que permitan una investidura o, en caso de un resultado menos abultado de lo esperado, acuerdos a largo plazo. Para eso, las tres derechas han de quedarse con las ganas de cuadrar un círculo de mayoría absoluta, como ya consiguieron, contra todo pronóstico, en las andaluzas de diciembre. Fue precisamente en esos comicios donde se desinfló la mayor amenaza interna que siempre tuvo Sánchez dentro de su propia casa política: Susana Díaz. Ella fue primera en votos, pero se ha quedado en la oposición después de que PP y Cs, con ayuda de Vox, sacaran al PSOE del palacio de San Telmo.

Díaz está aferrada a la dirección de su organización en Andalucía, a sabiendas de que Sánchez prefiere que se marche. Ella está haciendo campaña por él. Él le ha dado a ella un tiempo, consciente de lo que perjudican al marcador final las cuitas internas. La dirigente socialista, como siempre, espera aguantar la tormenta y poder permanecer toda la legislatura en sus cuarteles de invierno, esperando otra ocasión. Pero será harto complicado aguantarle el pulso a un jefe de filas que se haya sacado la espina electoral y se haga con el triunfo el 28-A, gobierne o no. Si además le dan los números, que la andaluza vaya apagando las luces.

Él ha dibujado un partido a su medida, que no vuelva a darle sustos. La elaboración de las listas para estas legislativas le ha ayudado. Así, lo esperable es que el líder del PSOE afronte la etapa de los pactos poselectorales y las elecciones del próximo mes de mayo con aires de victoria. Sin necesidad de cubrirse las espaldas ante cuchillos cercanos.